Cada mañana

Cada mañana miro por la ventana de mi habitación. Mi familia me ve como un afortunado. Fui de los pocos que conseguimos llegar a algún lugar de Europa. Logro algo que comer casi todos días, pero añoro un trabajo o mandar dinero a mi familia, como me había prometido Morani.


Tampoco me había hablado de la soledad, el idioma, la cultura… todo lo que me hace sentir un hambre que no conocía.


Cada mañana, miro por la ventana y veo a lo lejos, cubierto de nieve, el Kilimanjaro. Un centinela que me hace sentir más cerca de mi gente, me da fuerzas para recomenzar, me acoge. Por instantes me siento de nuevo en mi tierra, inspiro profundo recordando olores que me dan la vida, y entonces, recuerdo que esa montaña aislada e imponente, vigía y guardián, es el Moncayo. No estoy en casa, pero esta tierra, cuya gente rezuma honor y dureza por fuera, dulzura y fraternidad por dentro, me da una nueva oportunidad para seguir adelante.