Polvareda irremediable
Mi madre con sigilo, entornaba la puerta de la alcoba. Aromas a torreznos y chocolate me despertaban sentada en la cadiera.
A media mañana acompañaba a mi padre al huerto. Las mujeres escobaban la calle y canturreaban. Las jóvenes cargaban cántaros de agua desde la fuente de la plaza.
Mil esencias de geranios y sándalo, de excrementos de mulos y cabras mareaban mi nariz.
En el huerto, la acequia regaba las hortalizas salpicando mi falda. Por la tarde en el río buscaba cangrejos.
El cierzo aventó un pregón del alguacil: "Por orden de la autoridad, un pantano anegará las huertas de nuestro pueblo".
Desconsuelo y desolación ocuparon los huecos vacantes de agua y vida.
Se cuarteó la tierra y la piel de los hombres en un mutismo profundo y sonoro.
Ayer volví para recuperar mi identidad. Me dí de bruces con los cipreses del cementerio polvoriento; cerré los ojos, extendí los brazos y escarbé en los sonidos y esencias de antaño.