El "chorrico del lavadero"

Aquella mañana mi madre se puso sobre la cabeza el balde con la ropa y marchamos al lavadero, un lavadero todavía vivo junto a una Zaragoza que crecía día a día con el abandono de los pueblos.


Yo salí a trompicones por la puerta deseoso de llegar cuanto antes. No por las ranas que había en la acequia y que tenían que escapar en que veían la sombra de los críos si no querían terminar en una lata; era por el "chorrico", el "chorrico del lavadero", un pequeño canal que desviaba el agua de la acequia y lo llevaba hasta la pila de lavar.

Era un pequeño cauce en el que casi nadábamos mientras el murmullo del agua se mezclaba con el de nuestras madres hilvanando el mundo con sus palabras, mientras masajeaban la ropa con aquel jabón casero y la aclaraban en el agua que luego, mansamente, continuaba su camino.


Aquella mañana ocurrió hace muchos años y hoy, cuando he vuelto a aquel "chorrico del lavadero", he sentido en un instante el paso del tiempo y de la vida, ya sólo cabía mi pie.