El maleficio del tranviario

Iba en el tranvía, línea 1, desde Montemolín a Casablanca. El tranviario cobrador tenía cara de brujo y me miró con burla cuando recogí el billete. Me fui lo más adelante posible, pateando el suelo de madera estriada que crujía como si lo quemaran los demonios.


Llegué junto al conductor y me sentí más seguro. Pero cuando volvió el rostro, comprobé que era el mismo señor que me había cobrado a la entrada. Estaba tirando arena por el embudo para facilitar la frenada. Choqué contra la barandilla que lo resguardaba de los viajeros, escuché su risa macabra, noté la succión… y, cuarenta años después, aún vago por las vías fundido en el hierro que me atrapa. Libérame, Belloch.