Heroica

Durante aquel infernal día de junio, la ciudad ardía en tres de sus puertas, bajo un fuego atronador.


A lo largo de la calle Convalecientes, el galope hostil de jinetes lanceros era refrenado con piedras y fusilería. Morriones y escarapelas más rojas que nunca por la sangre derramada, tornaban la plaza de la Misericordia en un ajedrez carente de compasión.

En el adyacente cuartel de Caballería, el presbítero Santiago -Dios y pólvora mediante- alternaba la bendición a paisanos con la forzada contrición del enemigo.


Horas después, en la inexpugnable puerta del Carmen, una labradora sonreía recordando la solícita arenga del sacerdote de crucifijo y trabuco en mano: "¡Vamos bien, el espíritu de San Jorge nos protege!". Ante Casta, yacía el cuerpo de un dragón… francés.