La fuerza para continuar

Llevaba nueve meses viviendo en aquella ciudad.


Había sido duro conseguir una habitación, encontrar aquel trabajo de profesora de matemáticas para niños nativos de seis años, lograr entender a la señora del mercado para comprar lo necesario.


¿Valían la pena tantas carencias? ¿Podría superar las dificultades para abrirme camino fuera de mi ciudad, Zaragoza? Apostaba que sí y lo iba a intentar.


En mi recuerdo aparecían los momentos más entrañables vividos en el pueblo años atrás; los paseos por la carretera, los chismes compartidos, los chicos que venían cada sábado a tomar una copa con nosotras y bailotear después. Las partidas de guiñote, las longanizas colgadas en los palos del granero joreándose al aire fresco del Moncayo, los adobados para la fiesta de la Virgen. Parecía un sueño anclado en otra época, en otra vida anterior.


Los años vividos me daban la fuerza para continuar, para llevar mi historia a otra tierra, para sentir que el mundo, aunque globalmente enorme, es pequeño.