Crisis en el corazón

Hace años, viajando en tren de larga duración, de Zaragoza a Galicia, coincidí con un gallego que, al saberme de esta ciudad, me narró con gozo y emoción lo que aquí le sucedió.


Regresando en coche con su esposa tuvo que parar en Zaragoza por la repentina indisposición de ella. Al recurrir a un viandante para hallar hospedaje, éste sugirió subirse al vehículo para guiarlos mejor.


Tras fracasar en varios hoteles, por carecer de habitaciones, el improvisado guía decidió alojarlos en su propia casa.


Sorprendidos, aceptaron la solución. Allí acudió su médico familiar, que sanó a la enferma.


Días después, y bien repuesta la señora, reanudaron su viaje. La despedida fue emotiva y azorada, pues no era fácil demostrar su gratitud.


En cuanto llegaron a su casa enviaron a esa familia la mejor cesta de marisco, con ánimo de mostrar su impagable hospitalidad.


Pero en su corazón quedó grabada para siempre Zaragoza, a través de ese generoso aragonés.


Este no padecía crisis en su corazón.