Ruega por nosotros

Siempre he sido muy devoto. De niño me imaginaba a mí mismo como si fuera San Lamberto, vestido con mi traje de marinero de la primera comunión y con mi cabecita morena cortada debajo del brazo.


Cada día, al salir del colegio, tomaba la pelota con solemnidad a modo de cabeza y salía a recorrer el pueblo en procesión, como si paseara por la antigua Cesaraugusta, provocando la admiración de los creyentes, el espanto de los romanos y un buen número de conversiones entre los gentiles que caían arrodillados a mi paso.


¡Este crío no se separa del balón. Acabará en el Real Zaragoza! -decía mi madre con orgullo sin llegar a darse cuenta de que, en realidad, yo estaba entrenando para ser mártir.


Ya de adulto, he olvidado esas fantasías infantiles. Ahora prefiero seguir en cierta manera el ejemplo de San Lorenzo. Como muchos paisanos, paso el verano en Salou tendido con fervor sobre la arena y cuando me tuesto de un lado doy media vuelta para achicharrarme por el otro.


¡Alabado sea el Señor!