Peregrina

Le he robado el coche y sé que me denunciará. Pero no habrá auto de ejecución que me detenga porque, cuando se dé cuenta de mi huida, ya estaré muy lejos.

Autovía de Huesca hacia adelante, deprisa, con el maletero vacío y el alma llena de esperanza. Ya veo la sierra. El Gratal me sonríe desde lejos y oigo cómo me grita: “¡Vuela! ¡Corre!” Y yo acelero con las ventanillas bajadas, dejando que el cierzo me alborote las ideas.


Subo el Monrepós y tomo las curvas con los ojos cerrados para dejar que el desamparo se disuelva en la marea de mi rabia. Porque la resignación y el miedo se han quedado encerrados en esa casa, con él.


Ahí está el Somport. Atravieso el túnel como una exhalación y, a la salida, siento que he cerrado la puerta del infierno. Aparco a un lado de la carretera y, con un leve empujón, impulso el coche, su mayor tesoro, barranco abajo. Y con una inmensa sonrisa emprendo el peregrinaje hacia un lugar en el que, subida a mis escombros, pueda volver a mirar la vida desde arriba.


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