La fuerza de la ilusión

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Carlos, se dirigió a su habitación, con la preocupación diaria de procurar no mojar la cama, cosa que habitualmente sucedía. Era difícil conciliar el sueño, mañana, los cabezudos visitaban su colegio. Conocería a “El morico” su preferido.

Junto a sus compañeros salieron al patio a recibir a estos increíbles seres, que armados con un afilado látigo, eran blanco perfecto para recibir las burlas, que durante los días de fiestas, los chavales tenían perfecto derecho a propinar, provocando unas frenéticas carreras, con el también correspondiente, derecho al latigazo.

Carlos ansiaba conocer a su cabezudo, aunque le causaba respeto, pues con sus seis añitos no entendía muy bien la mecánica del juego. De repente todos los chavales echaron a correr, Carlos se paralizó, allí estaba “él”, brillando como un pedazo de sol. Permaneció inmóvil ante semejante alboroto, se encontró perdido. Giró la cabeza, y allí estaba, era su “Morico”. El cabezudo sintió como un abrazo en la mirada del niño, y guardando su afilado látigo, le acarició la cabeza y le ofreció un caramelo.

Carlos despertó, había que levantarse. Increible!, era el primer día que no había mojado la cama.


Consuelo Cuartero Bernal