Mequinensa, 1975

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Ahí abajo está el olivo que planté con mi padre hace cincuenta años.

Al lado, el que él mismo puso con mi abuelo y, alrededor, los plantados por sucesivas generaciones de mi familia hasta donde se pierde la memoria. Los huecos estaban destinados a recibir los olivos del hijo que no tuve y de los descendientes que no llegarán. Hace una semana, todos los olivos están ya bajo las aguas sirviendo de refugio a las madrillas y a los barbos.


¡Mejor así! Un manto de agua cubrirá para siempre la memoria de una familia que se acaba, de un pueblo que se muere.


De joven, como tantos otros mozos del pueblo, me gané la vida con el llaüt pescando y arrastrando carbón por el Ebro hasta llegar al mar que un día fue aragonés. Mañana me embarcaré por última vez con las pocas cosas de valor que merecen ser rescatadas y navegaré por este Ebro recrecido, artificial e ingrato.


Y después, sólo silencio. Mi barca entre los olivos bajo diez metros de agua, transportando fantasmas a los que nadie recordará.

Moncada