FERIA DEL PILAR

Antología, sin puerta grande, de Alejandro Talavante

Los fallos con la espada impidieron a Alejandro Talavante salir a hombros tras cuajarle una intensa y antológica faena a un toro de Núñez del Cuvillo al que, aun así, cortó una oreja.

Ambiente en La Misericordia
Antología, sin puerta grande, de Alejandro Talanvante
C. M.

Por fin ante unos tendidos repletos de público, Alejandro Talavante cuajó en Zaragoza una faena de auténtica antología, probablemente una de las mejores de su carrera, a un toro jabonero de Núñez del Cuvillo.


Pasaron sin pena ni gloria los dos primeros tercios de la lidia, en los que el animal se movió sin fijeza ni celo de un lado a otro del ruedo, hasta que Talavante tomó espada y muleta para marcar el argumento y el tono de su obra ya desde los primeros compases: una apertura de faena en la que mezcló la hondura con la variedad, la efectividad con el adorno, pues no sólo metió al toro en el engaño, sino que lo hizo sin repetir un solo pase.


Con el toro ya centrado, y a más en sus embestidas, el extremeño le cuajó cuatro series de muletazos de una gran intensidad, porque lo llevó siempre sometido y largo, con mucha cadencia, y porque improvisó suertes sorprendentes para rematar cada una de las tandas, como arrucinas con la muleta a la espalda, pases cambiados, cambios de mano y larguísimos pases de pecho.


No había distinción entre unas suertes y otras, entre el toreo fundamental y el de adorno, porque en todas ponía Talavante un profundo acento personal. Pero, por su eterno valor superior, lo mejor de la faena fueron sus naturales, unos largos y de compás abierto, y otros, los del último manojo, clamorosos por la morosidad con que se enroscó todo el volumen del toro a la cintura.


Vibró la plaza de Zaragoza de principio a fin de tan soberbio trasteo, rematado con varias arrucinas ligadas a pases de la firma, hasta que, como un jarro de agua fría, Talavante pinchó en dos ocasiones y se cerró, una a una, las hojas de la puerta grande del coso zaragozano. Pero, pese a todo, el público quiso premiar la obra con una oreja que supo a poco para lo vivido con tanta emoción.


Con el sexto, un toro manso y rajado, Talavante puso toda su determinación para intentar una faena imposible, igual que le sucedió a Manzanares con el quinto, el que era el último toro de su gran temporada del 2010. Tras brindar a la cuadrilla como despedida de campaña, el torero alicantino se encontró con que el terciado animal se paró desfondado y le aguó el fin de fiesta. Para colmo y contra lo acostumbrado este año, además se hartó de pinchar con la espada.


Con todo, Manzanares ya le había cortado otra oreja al segundo de la tarde, un toro bravucón que, antes de rajarse, tuvo veinte o treinta arrancadas emotivas que el torero de dinastía administró con inteligencia y buen gusto.


El Fandi fue prendido por el fiero primer toro cuando, en un abuso de confianza, se adornaba con él en el tercio de banderillas. El de Cuvillo tuvo una áspera violencia que el granadino, tal vez mermado de fuerzas por el percance, no llegó a someter. Como compensación, el cuarto fue un toro bravo, noble y de una gran clase en sus embestidas, virtudes notables que Fandila fue incapaz de aprovechar en un largo y anodino trasteo.


FICHA DEL FESTEJO.- Seis toros de Núñez del Cuvillo, de desigual presentación, aunque en general con cuajo y seriedad, y de juego variado e interesante en su mayoría. Destacaron, por su clase en las embestidas, el tercero y el cuarto.


El Fandi: pinchazo hondo y descabello (gran ovación); y pinchazo y estocada trasera (leves palmas tras aviso).


José Mari Manzanares: estocada desprendida (oreja); y estocada enhebrada, seis pinchazos y descabello (silencio tras aviso).


Alejandro Talavante: dos pinchazos y estocada (oreja); estocada trasera (gran ovación tras leve petición de oreja y aviso).


El Fandi fue atendido en la enfermería de una fuerte contusión en la cadera derecha. Se le infiltraron calmantes para que pudiera salir a matar a su segundo toro.


Entre las cuadrillas, templada y medida brega de Juan José Trujillo con el quinto, en el que saludaron tras banderillear sus compañeros Curro Javier y Luis Blázquez.


La plaza se llenó.