Vivir para comer: cuando el hambre es emocional

En ocasiones la comida se convierte en la vía de escape para soportar el estrés, la ansiedad o la tristeza.

Comer para calmar la ansiedad trae muchas consecuencias negativas.
Comer para calmar la ansiedad trae muchas consecuencias negativas.

Puede que alguna vez hayas sentido que algún problema se hace grande y no hayas sabido cómo gestionarlo.  Si tu respuesta a esta situación, o a otras que puedan haberte provocado estrés, ansiedad o tristeza ha sido ir a la nevera a buscar algo de comer, debes saber que a eso que has sentido, se le llama hambre emocional.

El problema no surge si una tarde de estudio, a caballo entre el aburrimiento y el estrés, te hayas preparado una buena merienda para tratar de amenizar el temario. La cuestión es si ese comportamiento se repite cada vez que te encuentras en una situación desagradable para ti.

Una forma de detectar cuándo el hambre emocional se convierte en un problema es conociendo sus principales síntomas:

Situación emocional inestable Desmotivación Deseo repentino de comidas determinadas, pequeños caprichos, no vale una pieza de fruta Sentimiento de necesidad urgente La única forma de sentir satisfacción es comiendo Puedes acabar comiendo compulsivamente y, en consecuencia, acabar sintiendo dolor de estómago o malestar. Una vez conseguido el objetivo, aparece un sentimiento de culpabilidad o vergüenzaEsto no implica que algún antojo de vez en cuando suponga perjudicial, al contrario. Sin embargo, cuando la comida se convierte en un salvavidas, en una recompensa para superar las adversidades diarias o incluso en una adicción como puede ser el tabaco o el alcohol, es muy importante poner medidas y cambiar ese hábito, ya que a corto plazo solo genera malestar tanto físico como emocional y a largo plazo puede derivar en otras enfermedades graves de trastornos alimentarios.

¿Qué hacer al respecto?

Existen muchas formas de poner remedio a esta situación. Si has detectado el problema has conseguido dar un paso muy importante. A partir de ese punto, todavía puedes

Piensa en las posibles causas. ¿Qué estás haciendo cuando empiezas a tener “hambre”? ¿Sucede habitualmente a las mismas horas? ¿Con quién estás? ¿Dónde? Si detectas que se repite algún patrón, puedes empezar modificando esas situaciones. No sientas vergüenza. Cada persona carga con sus propias preocupaciones y lo más importante es decidirse a combatirlas. Cuida tu cuerpo y tu salud porque la vida está llena de planes y experiencias extraordinarias que sería una pena que te perdieras. ¿Qué puedes hacer al respecto? Trata de modificar tu conducta sustituyendo el “hambre”, cuando aparezca, por otra actividad que requiera concentración, como dar una vuelta en bicicleta, proponerte plazos de tiempo, llamar a algún amigo o meditar. Sigue una planificación alimentaria. En ocasiones este tipo de situaciones surgen como respuesta a una restricción compulsiva hacia determinados tipos de alimentos o incluso hacia la propia comida. Cinco comidas equilibradas al día incluyendo de forma intermitente algún capricho te ayudarán a controlar el hambre emocional. Habla con alguien de confianza. Si el tema te preocupa, sé valiente y compártelo con alguien que sepas que no vaya a juzgarte. No hay razón para que lo haga, tus familiares cercanos y tus amigos de verdad sabrán escucharte y apoyarte cuando lo necesites. Contacta con un profesional. Si no sabes con quién hablar, lo mejor es que contactes con un experto en el tema como una asesoría o con tu médico de cabecera. Sabrán aconsejarte y te sentirás mucho mejor.- Ir al suplemento de Heraldo Joven

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