Subida a su tractor, mientras prepara la tierra para sembrar una nueva remesa de hortalizas, Concha Molina piensa en el ayer y hoy de su negocio de encurtidos, una empresa familiar que fue fundada en el año 1954 por su abuela Concha Cebrián, aunque fue su padre, Mariano Molina, quien la puso en órbita e hizo que sus encurtidos y olivas fueran conocidos más allá de su localidad natal, Caspe (Zaragoza).

Para Concha y su hermana Antonia, su padre fue un auténtico emprendedor que se dio cuenta que en los establecimientos donde vendían aceitunas de mesa hacían lo propio con los encurtidos y decidió industrializar este proceso.

«En las casas de Caspe siempre se habían elaborado encurtidos artesanos, pero mis padres quisieron ir más allá y después de visitar varios lugares de La Rioja y Navarra, en el corazón de la ribera del Ebro, aprendieron la transformación en encurtidos de diferentes hortalizas», recuerda Concha.

Su padre siempre les decía a su hermana y a ella que estudiaran para labrarse un futuro más allá de los arados del tractor, pero ellas tenían clara su vocación. «Yo le hacía caso y estudiaba, pero lo que más me gustaba del mundo era ir al campo y trabajar codo a codo con él», apunta Concha, quien estudió formación profesional agraria, al igual que su hermana, y posteriormente completaron estos estudios con numerosos cursos de poda, injertos u otras labores del campo.

Tradición familiar

Poco a poco, gracias a su formación y al empuje de las dos hermanas, el negocio fue ampliándose y, tras el fallecimiento de su padre, se pusieron al frente de Encurtidos Molina y continuaron con la fabricación artesanal de todo tipo de encurtidos, alcaparras, banderillas, cebollitas, guindillas u olivas. «En el campo de las aceitunas nos dimos cuenta de que con nuestra producción, que apenas superaba los 12.000 kilos, no podíamos competir con el mercado, así que decidimos apostar por las aceitunas arrugadas, que fueron un éxito y luego nos lanzamos con el paté de aceituna negra y aceituna verde con tomate seco de Caspe. Es importante darle una vuelta a los productos para poder competir en un mercado tan exigente y con tanta competencia».

En la actualidad, están probando a elaborar nuevos productos, como la remolacha roja, muy demandada en el mercado, pero sin olvidarse de los tradicionales, como las turmas, un tubérculo que estaba en vías de desaparición y que las dos hermanas cultivan.

Ciclo completo

Toda la producción, que luego transforman en encurtidos, es cosecha propia y para ello cuentan con cerca de 30 hectáreas, donde también hay plantados olivos, almendros y algún frutal. «Nos encargamos del ciclo completo, que arranca con la preparación de la tierra y termina con el envasado de los productos, después de haberlos recolectado en verano», apunta.

Con los encurtidos envasados, más de 10.000 botes de diferentes productos al año, llega el momento de la comercialización, que en estos años se ha extendido por varios rincones de Europa, sin olvidarse de Aragón y Cataluña, sus potenciales mercados. «Gracias a las redes sociales (www.esdemolina.es) hemos llevado nuestros productos a cualquier rincón del mundo, porque la calidad vende, aunque es cierto que el márquetin es mucho más complicado que llevar un tractor», matiza Concha, quien recuerda que tienen un pequeño microdepartamento de I+D+I donde probamos productos que luego llevamos al laboratorio del CITA para analizarlos y, si está todo bien, comercializarlo.

Calidad artesana para una empresa que lleva ya más de sesenta años apostando por productos de la tierra.

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