Heraldo del Campo

Las semillas ya están en los maizales

La siembra de maíz ha tomado ritmo en los campos aragoneses, impulsada por las lluvias de finales de marzo y el tempero que dejaron en el suelo. Y, de momento, hay suficientes reservas de agua para el riego.

Un agricultor prepara un campo para la siembra del maíz en el municipio oscense de Albero Bajo.
Un agricultor prepara un campo para la siembra del maíz en el municipio oscense de Albero Bajo.
Rafael Gobantes

Abril es tiempo de siembra. Es en este mes cuando más de 68.000 hectáreas (de primera cosecha) comienzan a recibir las semillas de uno de los cultivos que convierten a Aragón en una de las principales zonas productoras del país: el maíz. Una labor que está ya muy adelantada porque el clima ha acompañado y había que aprovecharlo. Hubo lluvias en el último fin de semana de marzo. Y con ellas, tempero. O lo que es lo mismo, el grado óptimo de humedad en la tierra para realizar la sementera. Además, también se agradecen las altas temperaturas, porque al maíz le gusta el calor, le hace germinar más rápido.

No preocupa tampoco las reservas hídricas para el necesario riego. Hay agua suficiente, al menos, para las primeras cosechas y aunque habrá que esperar a ver cómo se desarrolla la campaña no hay excesivo temor porque ha nevado y el deshielo parece garantizar el recurso. Más preocupa que las temperaturas bajen mucho o que el cierzo vuelva frío y violento.

Con este arranque de siembra, las organizaciones agrarias no esperan que haya una reducción significativa de la superficie ocupada por el maíz. Y eso que los precios no ayudan al ánimo (ni al bolsillo) de los agricultores, que con unas cotizaciones actuales de 170 euros/tonelada apenas encuentran atractivo y rentable un cultivo cuyo coste de producción alcanza los 1.600 euros por hectárea, por lo que resulta necesario (más bien imprescindible) obtener rendimientos superiores a los 12.000 kilos por hectárea para que cuadren las cuentas.

Con todo, es previsible que Aragón repita cifras y los maizales ocupen en esta campaña una superficie similar a la del pasado año. Según el boletín de informaciones técnicas del Centro de Transferencia Agroalimentaria adscrito a la consejería de Desarrollo Rural del Gobierno de Aragón, el pasado año se sembraron en la Comunidad 68.500 hectáreas en primera cosecha y 14.000 de segunda cosecha. De ellas, 60.000 hectáreas estaban situadas en la provincia de Huesca, que se convierte así en la principal productora de Aragón.

Y a pesar del baile de cifras y la confusión que genera cuantificar la presencia de transgénicos en la Comunidad, lo cierto es que las previsiones apuntan a un retroceso de Mon810, la única variedad de maíz transgénico cuyo cultivo está permitido.

Los agricultores aragoneses no han tenido que iniciar la siembra del maíz mirando al cielo. En las fechas habituales para esta labor la tierra tenía humedad suficiente para albergar el grano y el clima era más que idóneo para un cultivo que germina mejor con cálidas temperaturas. Lo que preocupa «y mucho» -aseguran los productores- son los vaivenes de los precios (no para bien precisamente) que se convierten en uno de los factores que condiciona las decisiones de los profesionales del sector. Y es que, actualmente, el maíz -un cultivo con elevados costes de producción- cotiza a unos 170 euros por tonelada, una cifra similar a la de la pasada campaña por estas fechas, pero muy alejada de los casi 240 euros que llegó a alcanzar en 2013, 2012 y 2011 y que explicaría un posible retroceso de la superficie ocupada por este cultivo.

«Se sembrará una cantidad similar a las anteriores campañas», señala Joaquín Labarta, agricultor de Almudévar y responsable comarcal de UAGA-Hoya de Huesca, que reconoce que «los precios influyen en el ánimo de los agricultores pero, aunque las expectativas son malas, no hay muchas otras alternativas ya que la cebada, el trigo o el girasol tampoco resultan rentables con el nivel de precios actual».

Fernando Luna, presidente de Asaja Huesca, coincide también en que la superficie ocupada por este cereal será «más o menos» como la del año pasado. Augura, sin embargo, que será en junio -época de maíz de segunda cosecha- cuando se evidenciará un incremento importante del número de hectáreas. «Ya lo veníamos anticipando en ejercicios anteriores, pero ahora que hay que declarar estos cultivos en la PAC será cuando se vean reflejados estos aumentos», señala. Luna explica con detalles (económicos) por qué los agricultores son cada vez más proclives a ocupar sus tierras primero con guisante o cebada y, una vez recogidas estas cosechas, sembrar maíz cuando comienza a despuntar el verano.

Segundas cosechas

Hoy en día, explica Luna, y siempre que se disponga de un buen riego localizado y por aspersión, pueden conseguirse unos rendimientos medios -en los regadíos más modernizados- de unas 17 toneladas por hectárea. Con ser buena, los bajos precios hacen que la cifra sea insuficiente, continúa el representante sindical, para conseguir beneficios después de hacer frente a los gastos que ocasiona esta producción, entre los que destacan las amortizaciones de la modernización o el precio de la energía necesaria para realizar el riego. «Con una sola cosecha, las bajas cotizaciones no son suficiente para pagar y vivir», insiste.

Y explica que los costes de producción «se te comen» lo conseguido con 12 toneladas. Eso supone que si se han cosechado 17 toneladas por hectárea, «lo que te queda limpio es el valor de cinco toneladas, que a unos 160 euros suman 800 euros por hectárea».

Por eso, detalla el representante de Asaja, los agricultores «prefieren ir a lo seguro». Siembran primero un cereal de invierno, porque además como todavía no se conocen cuáles serán las reservas hídricas los productores prefieren no arriesgar para no tener que lamentar luego la escasez de agua para riego. Así y dado que el coste de producción es muy inferior aunque el rendimiento sea menor, los agricultores pueden asegurarse un beneficio aproximado de 300 euros por hectárea. «Después ponen un maíz de segunda cosecha. En ese caso el rendimiento es menor (unas 15 toneladas por hectárea) pero los costes de producción también (suponen unas 11 toneladas por hectárea) por lo que se puede conseguir un rendimiento económico de unos 600 euros por hectárea, que con los 300 euros/ha de la primera cosecha suman 900», detalla Luna. Reconoce que la diferencia puede parecer poco significativa (100 euros más por hectárea), pero asegura que lo destacable de esta decisión es la garantía de disponer de un primer cultivo cuya cosecha está garantizada.

Por eso, el representante de Asaja insiste en «ya que estamos en un mundo tan globalizado» es imprescindible aminorar costes «vía impositiva, trasladando el descenso de los precios de los carburantes a los fertilizantes, que no se ha hecho, y rebajar una energía que ahora pagamos carísima». Con estos gastos «es imposible competir», dice Luna, que asegura que sería necesario reducir los gastos hasta 350 euros por hectárea para alcanzar rendimientos positivos en esta producción.

Cuestión de rendimientos

José Manuel Roche, secretario general de UPA-Aragón, está convencido igualmente de que la superficie de maizales en Aragón no sufrirá grandes variaciones. Sí lo hará, sin embargo, su distribución, como sucedió en la campaña anterior en la que el número de hectáreas ocupadas por este cereal creció un 15% en Huesca , mientras retrocedía un 25% en la provincia de Zaragoza.

«Se trata sobre todo de una cuestión de rendimientos», destaca Roche, que insiste en que en aquellas zonas de riego localizado, donde la cantidad de kilos por hectárea (una media de 15.000) resulta rentable «es normal que los agricultores se animen a aumentar las siembras». Situación contraria se produce en el valle del Ebro, una zona tradicional para este cultivo en la que se mantiene el riego a manta y los rendimientos (unos 10.000 kilos por hectárea) no resultan atractivos cuando los precios están bajos y los costes de producción se elevan a los más 1.600 euros por hectárea. Un contraste que justifica «la necesidad de seguir apostando presupuestariamente por la modernización del riego, tanto para conseguir significativos ahorros de agua como para lograr importantes aumentos de la producción», destaca.

Mejillón cebra

Los caprichos del clima, el nivel de las reservas hídricas, el desplome de los precios o el alza de los costes de producción no son las únicas preocupaciones con las que conviven los agricultores durante la campaña de maíz. «Tenemos un problema muy serio con el mejillón cebra», explica Joaquín Labarta, que recuerda que esta especie invasora ha colonizado buena parte de los embalses de la cuenca del Ebro. «Ciegan los aspersores, embozan las tuberías y nos complican mucho la vida», señala el representante comarcal de UAGA.

Labarta destaca que son muchos los esfuerzos realizados por las comunidades de regantes para minimizar la presencia de este molusco de agua dulce, aunque reconoce que los resultados no han conseguido hacer desaparecer un problema que cada año es mayor. «Riegos del Alto Aragón realiza tratamientos continuos pero estos son eficaces hasta cierto punto», matiza Labarta. Este agricultor de Almudévar destaca que la presencia del mejillón cebra no solo supone un coste añadido, el que resulta de tener que está cambiando continuamente piezas del sistema de riego. Lo preocupante es cómo llega a influir en el descenso de la producción. «Si el maíz está alto y uno de los conductos esta cegado el agua no llega al cultivo, pero tú no lo puedes ver. Piensas que se ha regado correctamente y te das la sorpresa cuando al cosechar compruebas el descenso del rendimiento», detalla.

Menos inquietud parece despertar entre los productores la presencia en los maizales aragoneses de teosinte, una mala hierba, ancestro del maíz, originaria de México y que hizo su entrada en España por Aragón. «El año pasado ya no se oyó hablar mucho de esta cuestión», señala el agricultor de Almudévar, que matiza que, al menos, en la zona en la que él cultiva esta mala hierba no ocupa protagonismo en las conversaciones de los productores.

Con todo ello, la campaña del maíz solo ha comenzando a dar sus primeros pasos y dado que «se trata de un negocio al aire libre» es difícil augurar como llegará a su fin: la recolección.

Los transgénicos pierden terreno
En Europa solo está permitido el cultivo de un transgénico para fines comerciales, el maíz Mon810, modificado genéticamente para producir un insecticida que tiene como destino acabar con una oruga llamada taladro que afecta a estas producciones. Ya fuera precisamente porque esta plaga tenía en jaque los cultivos del Valle del Ebro lo cierto es que la autorización de uso de esta variedad resistente tomó impulso en la Comunidad, que se convirtió (y así sigue) en la región con mayor superficie ocupada por transgénicos.

Casi desde su aparición concretar el terreno ocupado por Mon810 ha dado lugar a un constante baile de cifras que nada tenían que ver entre sí y que aumentan considerablemente si los datos tienen en cuenta la venta de semillas (como lo hace el Ministerio de Agricultura) -que lo llega a cifrar en más de 45.000 hectáreas- o si se recaban a partir de las declaraciones de la PAC -unas 27.000 hectáreas-. Pero sea cual sea la cifra que se elija lo que los datos evidencian es que los transgénicos, solo permitidos para su comercialización para elaboración de pienso, pierden terreno en Aragón. Un terreno del que se va a apropiando el maíz convencional, cuyas aplicaciones esenciales tienen que ver con el consumo humano.

Son muy diversos los motivos que se aducen para explicar este retroceso. Desde la Unión de Agricultores y Ganaderos de Aragón (UAGA) se asegura que la causa principal es económica. Los precios de los cereales viven en los últimos años una tendencia a la baja que choca con el encarecimiento de las semillas de esta variedad de organismos genéticamente modificados. Existen además en Aragón importantes compañías que se abastecen de maíz para la elaboración de ‘snack’, de semolería e incluso para aplicaciones farmacéuticas, que demandan -a mayor precio e incluso con primas- producciones cada vez más seguras y de mayor calidad.

Hay también motivos sanitarios. Según reconoce el propio sector, el taladro -una plaga que llegó a ser endémica en la Comunidad- ha tenido menor presencia en los últimos años, lo que ha animado a los agricultores a ir abandonando la variedad resistente. Lo aseguraba también un informe realizado por el Centro de Transferencia Agroalimentaria del Gobierno de Aragón, que señalaba que los daños producidos por la plaga de taladro en los últimos seis años no habían sido relevantes en la mayoría de los casos, y las producciones de las variedades convencionales habían sido tanto o más que sus variedades transgénicas.

Pese a todo, representantes de las organizaciones agrarias aragonesas reconocen que puede ser que en primera cosecha el maíz modificado genéticamente no sea atractivo para los agricultores, pero insisten en que no sucede así en los maizales de segunda cosecha. «En estos casos, el maíz transgénico es primordial porque los ataques tardíos de taladro van a la planta verde que además es mucho más delgada», señala Fernando Luna, representante de Asaja.

De cualquier forma, Luna reitera su convencimiento de que en las tierras de cultivo de Aragón hay sitio para «las tres ramas» de esta producción. Es decir, para la siembra de maíz destinado a consumo humano, para aquel que va a la transformación, y para el que tiene como destino la alimentación animal.

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

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