ENTOMOLOGÍA

El terrible calvario de la mariposa de la col antes de llegar a adulta

Pieris brassicae libando en una escabiosa
Pieris brassicae libando en una escabiosa
MARIO MAGANTO

Si los últimos días del invierno son suaves, durante el mes de marzo podremos ver en nuestros campos la primera generación de mariposas de la col, libando plácidamente sobre algunas tempranas flores que anuncian la inminente llegada de la primavera. Generación tras generación, hasta un máximo de cinco por temporada, la Pieris brassicae, que así la llaman los entomólogos, revolotea por nuestros cielos hasta el mes de octubre, haciendo ostentación de los suaves colores blancos, amarillos y verdes que adornas sus alas.


Durante su ciclo vital, los lepidópteros sufren profundas transformaciones. Llamamos metamorfosis a ese milagro de la naturaleza consistente en pasar, antes de llegar al estado adulto de mariposa o imago, por las fases de huevo, oruga y pupa o crisálida.


Para la mariposa de la col dicha travesía está plagada de peligros. Transcurridos de seis a diez días, a contar desde que la hembra deposita una media de doscientos a trescientos huevos en las hojas de las coliflores, coles de Bruselas, rábanos, nabos u otras crucíferas silvestres, eclosionan unas voraces orugas que, durante el mes que permanecen en ese estado, arrasan con las huertas de los campesinos. Estos, a su vez, se defienden bombardeándolas con insecticidas.


Por si estos ataques químicos no fueran suficientes, otros enemigos les presentan batalla. Uno de ellos es el Entomophtora sphaerosperma, un hongo muy activo que, cuando los niveles de humedad son favorables, infesta a las larvas hasta acabar con su vida.


La Apanteles glomeratus es otro de sus terribles adversarios. Esta pequeña avispa inyecta en el interior de las orugas de pieris brassicae varias decenas de huevos, de las que nacen unas diminutas larvas que se alimentan de las entrañas de su víctima. Este terrible acto de canibalismo se ejecuta con milimétrica precisión, manteniendo incólumes los órganos vitales de su involuntario receptor, para preservarlo con vida.


SEPULTURA DE SEDA

Una vez que las larvas de apanteles han alcanzado la madurez, rasgan la piel de la Pieris y ven la luz del día por vez primera. La pobre oruga, todavía con vida, contempla indefensa como sus indeseados huéspedes fabrican los capullos alrededor de su cuerpo. Termina muriendo enredada entre unos finos hilos de seda que serán su sepultura.


Las orugas que sobreviven a tal sucesión de peligros comienzan a acomodarse bajo restos de madera seca, entre las piedras de un muro, o en cualquier otro lugar que les resulte propicio, para iniciar el proceso de transformación en crisálida. Para ello fabrican una dura cápsula, en cuyo interior se producirá la mutación a mariposa.


Quien piense que la pieris estará segura bajo esa coraza protectora incurre en un craso error. Un nuevo insecto aparece en escena para trastocar ese objetivo. Ahora es la Pteromalus puparum, otra pérfida avispa, la que busca incesantemente el nuevo refugio de la futura mariposa. Una vez localizado, taladra el estuche con una fina aguja, llamada oviscapto, y por su tubo interior expulsa mas de un centenar de huevos, que acomoda en el seno de la crisálida. A pesar de que su aspecto exterior no presenta ningún signo que llame la atención, algo terrible está sucediendo dentro. Los huevos comienzan a romperse, emergiendo unas minúsculas larvas que devoran despiadadamente a su víctima. Después, serán estas pequeñas criaturas las que continúen su propio proceso de mutación, iniciando la fase pupal bajo el cascarón de la crisálida, hasta que ya adultas, lo rompan para salir al exterior y repetir idéntico proceso.


Transcurridos entre diez o quince días, desde que iniciaron la fase de crisalidación, las pieris que no se han visto sometidas a tan implacable invasión ven por fin la luz. Una bonita mariposa surge de la envoltura y, tras permanecer inmóvil durante unos minutos, a la espera de que los rayos de sol sequen sus húmedas alas, emprende el vuelo, a la búsqueda de alguna flor silvestre en la que posarse.


Pie de foto: Pieris brassicae libando en una escabiosa. La fotografía se tomó el 14 de junio de 2009 en el Santuario de Misericordia, Borja, con una Olympus E-510 Y objetivo Sigma macro 150. ISO 200; velocidad 1/500; apertura de lente F/4,5.Fotógrafo. Mario Maganto


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