El palco se suma a la fiesta y regala dos puertas grandes

Juan José Padilla y Ginés Marín cortaron dos orejas gracias al palco. López Simón tan solo cortó una y a la corrida de Matilla, pese a tener calidad, le faltó raza y fuerza.

Ginés Marín y Juan José Padilla abandonan a hombros La Misericordia tras una tarde triunfalista de la presidencia y del público.
El palco se suma a la fiesta y regala dos puertas grandes
TONI GALÁN

Zaragoza poco dista ya de cualquier portátil del sur. De cualquier verbena de pueblo. Pese a las banderas y los gritones impertinentes, los aficionados, incautos, seguían confiando en el criterio y la seriedad que siempre tuvo la plaza de La Misericordia. Pero no. Gracias, señores usías. El público festivo siempre ha llenado los tendidos. Jamás el palco. Si quieren triunfalismo y despojos por doquier están a tiempo de replantearse el puesto. Zaragoza no merece seguir siendo pisoteada y rebajada por imposiciones y caprichos que, a la vista está, poco tienen que ver con lo taurino.

Dos puertas grandes y cinco orejas en total invitarían a pensar que lo de ayer fue una borrachera de toreo y que la gente abandonaba La Misericordia pegando pases al viento. Nada más lejos de la realidad. Ni los padillistas convencidos, ni los amantes del toreo y de las muñecas de Ginés, se marcharon conformes. Muchos incluso se fueron antes de que el festejo finalizase.

Volvió Juan José padilla a La Misericordia después de que en los dos años anteriores, el palco le negase inexplicablemente la oreja. Ayer, el de Jerez estuvo muy por debajo de aquellas actuaciones y, sin embargo, se marchó a hombros.

Recibió al que abrió plaza como siempre. Rodilla en tierra con dos largas cambiadas, volvía a demostrar lo comprometido que está con esta plaza. Banderilleó siempre en la cara y con la pañosa tuvo que correr tras el mansurrón para tirar de él al hilo de las tablas. Padilla, siempre con más raza que el animal, le sacó lo poquito que tuvo.

Con su segundo fue otra historia. Sorteó el mejor de la corrida y estuvo siempre superado con la muleta. Juan José Padilla toreó con el corazón y atropelló a la razón. Demasiado embarullado no le cogió el sitio ni la distancia. Siempre al hilo del pitón, jamás lo llevó toreado. Lo mató en los medios y cortó dos orejas que debieron quedarse en una. En la vuelta al ruedo, no supo decir que no a ninguna bandera y terminó envuelto entre franjas rojas y gualdas.

López Simón es un torero con el que Curro Vázquez tiene mucho que trabajar. Se le ve física y mentalmente tocado. No está al cien por cien. Ayer volvió a ser todo vulgaridad. Dos faenas idénticas. Tiralíneas, pegapasista y sin cogerle la distancia a sus oponentes. Muchos arrimones y pocas ideas. Escasa capacidad de resolución. Mal a espadas y con el verduguillo.

Por fin, Ginés Marín

El joven, que aún no había podido mostrar su mejor versión ni abrir la puerta grande de Zaragoza, ayer lo consiguió. Sabe torear y de qué manera. Supo darle la pausa y el tiempo necesario al flojito segundo y lo llevó siempre a su altura con muchísima suavidad evitando obligarlo. Unos naturales sensacionales y unas ajustadas bernadinas calaron con fuerza en los tendidos. Le valió con media arriba para las dos orejas. Debió ser solo una. Con el toro que cerró plaza, un mulo de seiscientos quilos, se pegó un arrimón innecesario para tirar de él y lo despidió con un señor espadazo.

La ficha

La Misericordia, octava de feria. Lleno aparente en tarde soleada.

Seis toros de Olga Jiménez y Hermanos García Jiménez, desiguales de presentación, mansos y justos de fuerzas.

Juan José Padilla, de azul marino y oro, ovación y dos orejas.

Alberto López Simón, de vainilla y oro, silencio tras aviso y oreja.

Ginés Marín, de burdeos y oro, dos orejas y ovación.

Presidió el festejo Antonio Palomo, muy mal.

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