ENTREVISTA

Cristina Grande: «Soy profundamente optimista»

La escritora reedita sus primeros cuentos con siete nuevos textos

Cristina Grande con su nuevo libro: 'Tejidos y novedades', publicado por Xordica.
Cristina Grande: «Soy profundamente optimista»
ARáNZAZU NAVARRO

Han pasado casi diez años desde la aparición de su primer libro: ‘La novia parapente’. ¿Qué significó ese libro?


Mirar hacia atrás es como mirar hacia abajo desde mucha altura, da un poco de vértigo. ‘La novia parapente’ fue una especie de milagro. Lo escribí con la libertad que da la ignorancia inocente o la inocencia ignorante. Tiene la espontaneidad de la primera vez, algo que se pierde automáticamente y que se recuerda con cierta nostalgia.


¿Por qué ha elegido el cuento, y además corto? ¿Por comodidad?


En principio es la extensión natural para mí. La comodidad también es natural en mí. Tengo bastante aversión a todo aquello que parezca muy elaborado.


Cuatro años más tarde apareció ‘Dirección noche’, otro conjunto de relatos que ahondaba en la poética de los objetos.


Sí. Los objetos guardan muchos secretos, recuerdos y vivencias que me acompañan. Quizás porque tengo mala memoria recurro a ellos como a un álbum familiar. A diferencia de los animales, tienen la ventaja de que no mueren.


Añade siete piezas en ‘Tejidos y novedades’ (Xordica). ¿Qué hay de tejido y qué hay de novedad?


Los tejidos ahí están, como una vieja colcha patchwork en la que no se puede cambiar el orden de los pedazos. Y las novedades suman una fila más para abrigarte un poco mejor.


Una característica de casi todos sus relatos es la elección de la primera persona. ¿No teme que se confundan persona y personaje?


Siempre hay una distancia entre mis personajes y yo. La primera persona me permite alejarme más porque la controlo como yo quiero. A mis personajes les permito más cosas si hablan en primera persona.


El libro se cierra con el cuento ‘Cáscara amarga’ y narra una historia de amor y de un naufragio...


La imagen del náufrago siempre me ha interesado y el amor sería en mis historias el remedio a la soledad del náufrago. Nada me da más miedo que la soledad, que en realidad se parece mucho al vacío.


Sus cuentos traslucen pesimismo. Dice: «Nunca he creído en el futuro» ¿Es usted así?


Aunque parezca contradictorio, soy profundamente optimista. Y tiendo a creer que el futuro será por lógica mejor que el pasado. Nunca volvería a mis veinte años. Quizás mi pesimismo es un afán por encontrar el equilibrio. Me gusta pensar que lo mejor está por llegar, y no creo en el pasado si no es como un mero almacén de experiencias (muy atiborrado, eso sí).


¿Qué teoso hay en los secretos de familia?


Tesoro es la palabra que más relaciono con la familia. Soy un poco siciliana en ese sentido. En el entorno familiar y doméstico me siento muy cómoda.


¿Qué escritores viajan con usted?


No leo para aprender, sólo para reconocerme. Me reconozco en muchos autores, en Natalia Ginzburg por supuesto, pero también en Miguel Torga, en Julio Ramón Ribeyro, en Javier Tomeo, en Irene Nemirovski, en Agota Kristof, en Thomas Bernhard, en Ramón J. Sender...


Uno de los cuentos nuevos se titula ‘Volanderas’ y mezcla la historia de unas amigas con las capitanas que trae y lleva el cierzo.


Que puedan echar raíces después de muertas me parece fascinante. Vencer a la muerte es el gran tema.


Hablemos de ‘Reserva especial’: ¿Cómo nace esa historia de amor, de vino y precipicio?


Quizás también tiene que ver con el afán de trascendencia. El vino, en esas botellas, no sólo sobrevive a las personas, sino que además es capaz de tirarse por un precipicio para advertirnos del peligroso espejismo del amor. El vino no miente.


¿Cree, de veras, que las verdades sin tapujos solo se pueden decir cuando apenas conoces al otro?


No lo sé, pero he comprobado que cuando no tienes nada que perder puedes comportarte de forma más auténtica.


¿Por qué sus criaturas son tan frágiles?


No tan frágiles, al contrario, hay que ser muy fuerte y valeroso para vivir al borde del precipicio. Admiro a Philippe Petit, el funambulista que paseó entre las torres gemelas sin ningún miedo, y no precisamente por dinero.