PINTURA

Arte para la mejor despedida

Val Ortego pinta un gran cuadro para la sala de ceremonias 2 de Torrero.

El gran cuadro de Alfonso Val Ortego, un tríptico abstracto en sus dos extremos y figurativo en el centro, que apunto a la trascendencia
Arte para la mejor despedida
VAL ORTEGO / FERNANDO BAYO

Alfonso Val Ortego (Zaragoza, 1960) ni parece preocupado ni especialmente nervioso: el próximo día 10 de marzo se inaugurará la reforma de los tanatorios de Torrero y en la sala dos de ceremonias colgará un inmenso cuadro suyo de 7,50 x 2,40 metros. «El arquitecto Fernando Bayo me había pedido, en un principio, un cuadro para ese espacio, pero cuando vi el lugar, con su escala, me di cuenta que exigía una obra diferente, física y emocionalmente. Para mí era una gran oportunidad –dice–. Al fin y al cabo soy un pintor intimista. Le dije a Fernando que la sala pedía un cuadro de gran formato, y eso he hecho».


Insiste Val Ortego en que su obra no es un «mural pintado en el muro», sino que es un gran cuadro, un tríptico, y que tampoco ha pretendido crear una obra que intente «dialogar» con el tono emocional que requiere el lugar. Agrega: «Yo he sido, en alguna época, un pintor abstracto, pero desde hace tiempo soy esencialmente un pintor figurativo. Decir abstracto o figurativo tampoco quiere decir gran cosa: en el fondo todos los artistas somos abstractos, la mirada realiza un constante ejercicio de abstracción para captar y representar la realidad. La pintura figurativa acaba en circo cuando degenera. Y la pintura abstracta, cuando degenera, acaba en concepto. Aquí me ha sucedido una cosa: retomo fragmentos de la abstracción, sobre todo en los dos extremos de la obra, aunque el grueso de la pieza es figurativa, si hablamos en términos convencionales».


El pintor quiere afinar su estética y el objetivo de su obra: «Cuando pinto no quiero ser un pintor de anécdotas ni tampoco un pintor narrativo, sino que lo que busco es un discurso puramente plástico. Si nos centramos en el cuadro, se ve que las diez figuras de ese grupo están vueltas, están volcadas hacia dentro, viven en la ambigüedad del duelo, del abandono, de cierta lasitud y de la perplejidad. Es un cuadro voluntariamente ambiguo: nadie de los que despidan a un familiar buscará identificarse con estas figuras o buscará entre ellos al que se va. He querido que la muerte esté presente y no existe mayor ni mejor argumento que la aspiración a la trascendencia».


Val Ortego matiza, y dice que no es muy partidario de las palabras gordas, de los términos que pueden entrañar afectación o grandilocuencia, y que su cuadro puede verse e interpretarse de manera oblicua o lateral, a través de los matices: el diálogo de la luz y la sombra, la idea de principio y de final, la tensión entre figuración y abstracción, el uso de formas concretas e indefinidas, el tránsito de la vida y el tránsito hacia la muerte, los jóvenes inmóviles, soñadores, acaso extáticos en medio del dolor.


Todo ello lo ha expresado con un colorido de medios tonos, «sin estridencias teatrales, sin exageración, sin contundencia. He preferido sugerir ante todo: es el espectador quien completa el cuadro. No existe una lectura cerrada. Y he tenido en la cabeza, sobre todo en la composición, algunos cuadros impactantes como ‘Los fusilamientos del dos de mayo’ de Goya o ‘La balsa de la Medusa’ de Gericault: las grandes obras clásicas y sus secretos de encuadre siempre aseguran una potencia de interpretación y de lectura. Aquí ha sido muy importante también la idea de la entonación suave del medio tono cromático». Val Ortego ha trabajado sobre tabla, con bastidor, y ha utilizado técnicas mixtas: el acrílico, el óleo, los aerosoles.


«Vivimos un tiempo de constantes revoluciones tecnológicas. De imágenes vertiginosas en cualquier soporte. Y la pintura está en un tiempo artesanal decimonónico que a mí me sigue gustando mucho. Es lo que yo llamo la revolución física de la plástica. Los pintores somos un poco un oficio en peligro de extinción, al menos de la manera en que pintamos en los tiempos de la fibra de vidrio y otros soportes modernísimos, y a mí me emociona que Fernando Bayo y el ayuntamiento hayan optado por una disciplina tan artesanal y tan antigua. El cuadro está dividido en tres partes, y se ha compuesto siguiendo ciertas proporciones áureas. Con la obra también se propone un diálogo con la arquitectura».


Si habla de fuentes, más allá de Gericault y de Goya, Val Ortega insiste en su condición de pintor intimista, de taller, centrado en su quehacer. «No me interesan mucho los pintores mediáticos ni yo funciono en esa línea. El pintor no es interesante en sí mismo: interesa por su obra. Y yo me reconozco mucho en lo cercano, en la tradición pictórica aragonesa y zaragozana: en ‘Pórtico’ y el ‘Grupo Zaragoza’, en pintores como José Beulas, en el grupo ‘Azuda-40’, en muchos otros. Nuestra pintura es buena, apasionante en muchos tramos, con gran personalidad, con tradición. Yo me siento heredero o compañero de viaje o alguien que recoge ese testigo de cercanía descarada y que huye del hermetismo. La pintura está en lo lúdico y en lo profesional, para mí un cuadro ni es una lucha ni una batalla ni un drama: es algo que haces porque te apetece, porque sientes la necesidad vital de hacerlo. El pintor es un artista: no es un intelectual ni es un inculto. Es alguien que busca un espacio íntimo, un sueño».


La palabra sueño también encaja con su obra: sus criaturas parecen vivir un sueño o formar parte de aquel que se despide para vivir en la imprecisa forma de un nuevo e inextricable sueño más allá de la muerte.