Belén García Abia, elegía de hijas sin hijos

'El cielo oblicuo', su novela de debut, es una brillante obra sobre la infertilidad.

Pocas veces un libro tan aparentemente ligero habrá sido tan complejo como este debut narrativo de Belén García Abia (Madrid, 1973).


La mayor parte de las veces, este tipo de fragmentarismo extremo tiene mucho que ver con la voluntad de mínimo esfuerzo, de acabar cuanto antes (o con el presupuesto abusivo, casi insultante, de que es el lector contemporáneo quien no quiere o no puede concentrarse más), pero desde luego éste no es el caso: esto no es una exaltación de la levedad, al modo de casi cualquiera de esos egocéntricos autores franceses de ‘nouvelles’ empeñados en elevar sus irrelevantes anécdotas a la categoría de acontecimiento sociofilosófico, sino más bien todo lo contrario, y contiene reflexiones tan lacónicas como tremendas sobre el tema que aborda, que es el de la infertilidad, el de una no-maternidad que no es deliberada sino impuesta por un cuerpo que nos falla, que nos desobedece, como si todos llevásemos dentro un pequeño traidor de nosotros mismos ("lo contrario de dar a luz es quedarse en sombra": p. 32). Un cuerpo que, de hecho, acabará matándonos, porque casi todos morimos desde dentro.


‘El cielo oblicuo’ es, de ese modo, una especie de elegía de alguien que nunca existirá, y sin embargo la autocompasión está bastante contenida, expulsada, mantenida a raya, tal vez porque desde la primera página se nos previene explícitamente acerca de la simplificadora tentación de confundir narradora y autora (algo que viene reforzado por el contrapunto del epílogo, tal vez prescindible), y lo que se expresa es una amargura superada, un daño que estuvo y actuó y después se fue (un "desdolor", propone ella, con un gran acierto léxico).


Aunque es un libro lleno de fisicidad, de cuerpo, de una genitalidad privada (con algún momento, digamos, un tanto gore), el lamento es principalmente intelectual, una rabia y una impotencia que no sólo se ha hecho discurso sino pensamiento, y en el que, tanto cuando se dirige en segunda persona a su imposible hijo (un fantasma, llega a decirse) como cuando escribe a un corresponsal o a veces a sí misma, lo que abunda son pequeños textos aislados cargados de sentido, de fuerza y de verdad, unas veces directos y crudos y otras más enigmáticos u oscuros, pero siempre potentes y literariamente honestos. Desde una perspectiva rotundamente femenina (más que netamente feminista) se indaga desde un locuaz "nosotras" sobre la educación recibida, la moral heredada o las agobiantes, pesadísimas y acosadoras expectativas arrojadas sobre el cuerpo de las mujeres.


Un cuerpo que, cuando está enfermo o es estéril, es capaz de lanzar aullidos meditativos, de forjar reflexiones doloridas o sangrantes y de contarlo todo tan escueta como eficazmente.