Manías

Un paseo por Dublin con Fernando Sanmartín y su ?National Gallery.

Conozco Dublín. Es una ciudad cómoda. He ido, creo, seis veces. En alguno de esos viajes acudí de noche al canódromo de Shelbourne Park. Ir a un canódromo es poco intelectual. Por eso voy. Para muscularme en cosas cotidianas. Y con el fútbol hago lo mismo. No en Dublín sino en Zaragoza. Pero en Irlanda, además de ir al canódromo, tengo siempre una cita obligada, un compromiso cultural, un capricho: acudir a la National Gallery. Es un museo al que llego caminando desde el Trinity College. Una vez, en ese trayecto, nevaba. Y otra, que también iba abrigado, sudé porque el sol se divorció del frío. En ese museo hay pinturas estupendas. Está Juan Gris. Está Andrea Mantegna y su ‘Judith con la cabeza de Holofernes’. Está Caravaggio con ‘El prendimiento de Cristo’. Hay una pieza de Pieter Brueghel el Joven, cuyo título no recuerdo ahora. Y está ‘The Liffey Swim’, una obra de Yeats (hermano del poeta) que me entusiasma porque rompe la soledad: es un lienzo que muestra una competición de nadadores por el río Liffey, con las orillas repletas de gente, donde el propio autor y su mujer Cottie pueden ser dos de los personajes pintados.


También muestra el gesto festivo de la ciudad y ese concepto, esencial en el ser humano, que es el de espectador. Más de una vez he ido al museo para ver sólo esa obra. No es algo snob. Al revés. Elegir un cuadro en un museo grande significa distanciar la dispersión. Siempre hay una chica, cuando uno es adolescente, con la que deseamos encerrarnos en el baño. Con la pintura sucede lo mismo. La pintura es una piel cálida o, en tono cultivado, el estrecho contacto con una experiencia creativa. Pero hay reencuentros, manías, que nos enriquecen. Me ocurre con esa obra de Jack B. Yeats. Por eso un día, lo sé, volveré a Dublín para verla de nuevo.