José Manuel Soriano: tránsito fértil

Erial Ediciones publica 'Campo de ortigas', Premio de Literatura Rural 2015.

Portada de 'Campo de ortigas'.
José Manuel Soriano: tránsito fértil
Erial Ediciones.

José Manuel Soriano Degracia ganó en 2014 la primera edición del ‘Premio de literatura rural’ convocado por la Librería Serret de Valderrobres con un libro en el que se sitúa en el centro mismo de un locus no amoenus por el que transita observando no con los ojos (aunque también), sino con el tamiz del alma (permítaseme este sustantivo piadoso). Ello le permite cribar la objetiva iconografía de la naturaleza para hacerla mimesis de un espacio interior también polimorfo y, por supuesto, multiinterpretativo. Soriano escribe aquí como dictaban los autores latinos: nunca especulativos, la naturaleza era para ellos la respuesta inmediata de una evocación o de una memoria perdurable ya fuera producto de la dicha o del drama intangibles; es decir, que la naturaleza estaba sujeta indefectiblemente a la emoción.


‘Campo de ortigas’ es un magnífico ejemplo de esta visión emocional del paisaje, de una naturaleza recorrida con el corazón y en la que la capacidad emotiva de su autor pone a prueba muchos de los registros de su escritura. No bastaría decir solamente que Soriano posee una pluma bien templada; convendría añadir que la profundidad que nos transmite su mirada poética está fundada en la difícil sencillez de nombrar las cosas por su nombre y que éstas desciendan como lluvia hasta calarnos.


La soledad, el silencio, la serena melancolía, el olvido, el destino perdido, incluso ese ápice de amor oculto entre los árboles o las genistas aparecen adheridos al río, a los pinares, a la senda, a la zarza, al pájaro, al viento, a la lluvia, al rastrojo... Y, sobre todo ello, se alza un yo hondamente lírico, honestamente humano que aún nos advierte no sólo de la trascendencia, sino de la importancia capital de la palabra cuando ha de translucir su imperativo ecumenismo para no quedar orillada en la simple descripción. Describir (ese inveterado mal de tanta poesía hoy) guarda casi secretamente en su semántica el significado de su partícula negativa (= ‘d-’), de manera que "describir" es, en puridad, "no escribir".


José Manuel Soriano, contra lo que acaso exigiría su ‘Campo de ortigas’, pasa olímpicamente de describir nada; antes al contrario, escribe sobre ese espacio imbuido en él -en el espacio, digo- como un cuerpo más de su contingencia material para ir revelándonos poco a poco su inmanencia; esto es, la savia, el latido, el pulso de un prolífico discurrir verbal en el que la fertilidad de la palabra hace acopio de una realidad que no sólo a él lo circunda: a nosotros también. ¡Bravo!