El antólogo de Ricardo Piglia

Un nuevo libro del escritor argentino, Premio Formentor de 2015

Portada de 'Antología personal'.
El antólogo de Ricardo Piglia
Editorial Anagrama.

Disculpe, joven, pero el libro que lee lo escribí yo. Acababa de abrir la Antología personal de Ricardo Piglia cuando me giré y vi al hombrecillo. El cabello blanco, la dentadura perfecta brillaban en la penumbra del café. Soy dentista jubilado, pero también fui crítico literario y novelista. Aunque hace años que lo dejé. Su boca expelía un aroma a elixir bucal. Se preguntará por qué afirmo haber escrito ese libro de Anagrama… Apenas medía metro cincuenta, vestía ropa almidonada y gafitas con la montura al aire. Juzgué que se trataba de uno de esos ancianos sin nadie con quién charlar.


Verá, joven, todo sucedió hará cosa de un año. Volaba yo de Madrid a Buenos Aires para asistir a un congreso de odontología. Durante el viaje me levanté para ir al servicio y vi a Piglia sentado al final de una hilera de butacas. Estaba sólo, con su estilográfica en la mano, enfrascado en la lectura de unos cuadernos. Normalmente me puede la reserva, pero en aquella ocasión decidí sentarme a su lado y desvelarle a bocajarro que yo había sido su primer crítico en España.


Me miró sorprendido mientras enroscaba el capuchón de la pluma. Le conté que en 1980 ya asistía a congresos en la Argentina, y que casualmente paseaba un día por la calle Corrientes cuando vi la primera edición de Respiración artificial. La leí esa misma noche en el hotel y me pareció una novela genial, una obra que marcaría un antes y un después en la literatura latinoamericana, y así lo declaré en mi periódico.


¡Tiene que incluir en su Antología personal el cuento del Senador, es extraordinario! Lo conminé a incluir ese relato cuando me contó que preparaba el libro. Piglia sonreía tímido. Miré, pensaba dividir la antología entre partes ensayísticas y narrativas, pero estas últimas iban a ser más bien cuentos… ¡Ah, claro, pues entonces incluya por favor un relato de gauchos!, ¿qué sería una recopilación argentina sin gauchos? Y escuche una cosa, ese personaje suyo, el protagonista de Blanco nocturno, ¿cómo se llamaba…? Fingí no acordarme. Vos os referís al comisario Croce… ¡Eso! Siempre pensé que el comisario Croce daría para una colección de relatos policiales, ¡que algún día tendría usted que escribirlos!


El hombrecillo se había puesto colorado y sudaba. Extrajo del pantalón mil rayas un pañuelo con sus iniciales y se enjugó la frente. ¡También le pedí que incluyera su magistral ensayo, Ernesto Guevara, el último lector. Y aquel otro sobre Witold Gombrowicz en la Argentina de los años cuarenta! Le advertí que la selección de textos debía ser lo más heterogénea posible, cambiar de registro, adoptar el mayor número de estilos. En fin, en un determinado momento llegué a creer la que mente de Piglia era la mía, que yo había heredado su memoria…


Verá, joven, como le decía antes, yo he sido escritor, y aunque en un momento de mi vida lo dejé, estoy seguro de una cosa: los escritores famosos, Borges, Cortázar, Piglia… no son más que la punta del iceberg. Los autores olvidados somos el iceberg que descansa bajo las aguas. ¡Ellos existen porque existimos nosotros, porque con nuestro inmenso peso soportamos la levedad del suyo!


El viejito lunático comenzó a toser. Yo le palmeé la espalda mientras pedía a la camarera un vaso de agua con hielo. Tranquilo, hombre, que le va a dar algo, le dije. La Antología personal quedó sobre la barra del café, abierta por la mitad. A nuestro alrededor todo olía a elixir bucal.