“La mente no está en el cerebro, está en el cuerpo”

El Maestro de taichi y escritor, Tew Bunnag, dirige una fundación que atiende a niños enfermos de sida en su Bangkok natal. Habló en Ibercaja de ‘Sanar desde el cuerpo’, invitado por la Asociación de Psicooncología de Aragón.

Bunnag, en un rincón del Patio de la Infanta de Zaragoza
Bunnag, en un rincón del Patio de la Infanta de Zaragoza
Asier Alcorta

Hoy, ¿no necesitamos más el boxeo y el kárate que el taichi?


¡No! Yo he practicado las tres y todo es válido. Pero el taichi es distinto. La ventaja es que no solo entrenas el cuerpo, sino la mente y la conciencia. Y, a diferencia del boxeo o el kárate, puedes ir disfrutando más y más hasta de mayor.


¿Cómo se convierte uno en maestro?


Hay que dedicar muchas horas. Yo llevo 40 años dando clases.


Y un maestro, ¿también puede seguir aprendiendo?


El error es pensar lo contrario. Los maestros tienen que aprender más que los demás.


Usted, ¿nunca se toma un paracetamol o un ibuprofeno?


Pocas veces, pero claro que sí.


Como dice que podemos sanarnos a través del cuerpo....


No hay que ser extremo en nada. Pero yo, si puedo, utilizo mi respiración o la energía del entrenamiento para aliviar determinados dolores.


Habló en Zaragoza sobre sanar a través del cuerpo, pero ¿no nos sanaríamos más con la mente?


Es que la mente es la conciencia del cuerpo. La mente no está en el cerebro, está en el cuerpo.


Y ¿cómo nos sanamos? ¿Qué recetas tiene?


Desgraciadamente, no tengo. Pero he comprobado que cuando uno se conoce y se escucha, hay más recursos de los que nos imaginamos. Y ahí entra la alimentación, ejercicios de respiración y aprender a ralentizar, a aflojar, a relajar...


Pero ¡si no podemos!


Es verdad. La presión y el estrés son increíbles hoy. Y las malas noticias que absorbemos cada día. Por eso el taichi o la meditación son cada vez más importantes para mantener la paz interior.


Para el que ya no le queda consuelo, ¿qué le ofrece usted?


Hay que distinguir curación y sanación. Hay enfermedades que precisan de especialistas y fármacos. Y momentos en los que no hay más que hacer, es la naturaleza. Lo importante aquí, y es una experiencia de gente que trabaja en paliativos, es que la sanación al final de la vida es posible.


A usted, ¿qué le da la vida?


Para mí, lo más gratificante es contribuir al bienestar de otros. Mi trabajo es acompañar a otros al final de su vida, a su familia, y en el duelo. Y es muy gratificante.


Dice que todo el mundo es bueno. Aquí solo lo dicen los humoristas.


Básicamente, hay bondad. Y no digo esto desde un punto de vista romántico o filosófico. Yo trabajé en un hospicio que atendía a reclusos que echaban de la cárcel por tener sida. Gente que había hecho mucho daño. Y he visto que uno, si tiene la oportunidad, compensa el daño que ha hecho.


Y, si hay tanta bondad en el mundo, ¿por qué son necesarias fundaciones como la suya, que ayuda a niños terminales?


Siempre se precisará ayuda. Aunque las sociedades que llaman desarrolladas tienden al egoísmo, no se puede echar la culpa a la gente, porque falta tiempo. Pero cuando alguien descubre el placer de ayudar al prójimo, no lo deja. A nuestra fundación vienen grupos de azafatas, hasta en vacaciones, a ayudarnos. Y turistas que nos descubren. Y eso se convierte en el momento clave de su viaje.


Estudió Economía. ¿Hay algo menos espiritual que eso?


¡No, no, no diga eso! La economía, fundamentalmente, es un reflejo de los valores humanos. Hoy estamos en crisis, el sistema no es sostenible. Y detrás de esto están los temas espirituales, no religiosos, sino humanos. Es simplemente cómo queremos vivir. Qué hacemos con la riqueza. ¿Compartimos o lo guardamos, con consecuencias como la inmigración brutal?


Usted lleva más de 60 años practicando la meditación. ¿Ya tiene todas las respuestas?


Sería una ilusión pensar que tienes todas las respuestas. Lo que más importa son las preguntas que te sigues planteando.