El sur, el crimen, Eneas y el oeste

Nuevos y ambiciosos títulos de Jiménez Ocaña, Michel Suñen, Irene Vallejo y Fernando Lalana.

Lalana publica cuatro títulos de golpe.
El sur, el crimen, Eneas y el oeste
Efe / A. Dalmau

Fernando Jiménez Ocaña es un indiscutible caso de vocación literaria. Lleva alrededor de treinta años publicando sus ficciones y un cuarto de siglo al frente de su editorial (Zócalo antes, ahora Onagro), donde ha publicado a muchos autores y el grueso de su producción, que se mueve entre dos polos: el sur, el mundo de Baena, Córdoba, y de la Andalucía más o menos profunda, y Zaragoza y Aragón, el universo de los rastros y los bajos fondos. Publica su novela más extensa: ‘La colina de los sueños’, 700 páginas, en las que cuenta la vida de un joven, Toñín, más tarde Tony Valento, que nace en el cortijo y se queda sin padres.


Jiménez Ocaña narra una vida sórdida, esclava, llena de dificultades, sin apenas contemplaciones. La primera parte, que no elude su condición de fresco costumbrista, es una novela de denuncia social, incluso de mirada antropológica. El joven, que no tiene carné de identidad hasta los catorce años, contará con algunos cómplices: la niña María Elena, la mujer que suple a su madre y Pepe, que le alimenta de sueños y es todo un maestro que le ayuda a mirar más allá del surco. El caciquismo y el señoritismo se expanden con crudeza y continuos abusos, incluso sexuales.


En la segunda parte, Ocaña aborda una vida urbana, nada fácil tampoco y con algunas conexiones con Aragón a través del dueño de un bar, llamado el ‘Aragonés’, y la figura de un joven roquero, Chico Valento. Ocaña es honesto: sabía qué quería contar y a dónde quería llegar. Y ha llegado -sin olvidar que tenía por norte a Galdós, a Baroja, a Fernán Caballero- a hacer la extensa crónica de un aprendizaje sentimental, híspido, terco, con destellos de felicidad.


Míchel Suñén es un escritor que se mueve en varios registros: la literatura infantil y juvenil, los métodos de comunicación y, principalmente, en la novela de intriga, de atmósfera negra, con algún fogonazo romántico. O, al menos, paradójico. Publica ‘Psicario’ (Pamies, 416 páginas), una novela extensa también, que avanza sobre el filo de la navaja.


Cuenta la historia de Ainhoa Gázquez, que se asoma de golpe al abismo: enamorada de Bruno, tiene un hijo con él y un día descubre que este la engaña con otra mujer. En una gran elipsis, más larga que las que usa Jiménez Ocaña, se traslada quince años después a Madrid, a Zaragoza, a diversos lugares y a México D. F. Abre un blog donde revela situaciones duras. Un día comprobará que la gente a la que denuncia es asesinada. Entra en acción un ex etarra Emeri y a la vez su propio hijo Jorge descubre una vida peligrosa. Por México se mueve Duc y encarna la violencia absoluta, la venganza. Como Emeri.


Ainhoa se ve desbordada por las consecuencias de su escritura. Ahí la novela se convierte en un relato psicológico, sobre el desamparo y la identidad, aunque lo que es capital son las preguntas que se hacen alrededor de por qué se mata, los porqués de un brutal sicario de ETA como Emeri, que solo muestra corazón y sensibilidad cuando su hija está amenazada. El libro desarrolla un tema áspero, duro, y hay consecuencias inesperadas: drogas, delaciones, secuestros, amor y sexo, retornos indeseados, etc. Míchel Suñén juega con fuego y se quema cuando es necesario. No es complaciente.


Uno de los libros más singulares de las últimas semanas es ‘El silbido del arquero’ de Irene Vallejo, una escritora que se mueve a la perfección en el mundo griego y latino, que posee una gran capacidad para glosar y reinventar, y dominio de los personajes.


‘El silbido del arquero’ supone un leve cambio de la trayectoria de Contraseña: la apuesta por un autor vivo. Irene Vallejo ha partido de un episodio de ‘La Eneida’ de Virgilio: el relato de Eneas que llega, con su hijo, a las costas de Cartago ("La ciudad está maldita. (…) Las mujeres de esta ciudad son estériles, aquí no nacen niños"), donde reina una mujer fascinante, con gran personalidad, como es la reina Elisa, también llamada Dido. Irene Vallejo cuenta su relación, las reticencias de los indígenas respecto al héroe y, claro, su propia inseguridad, no solo por la animadversión que despierta (derivada de las sombras del poder) sino porque siente que tiene una misión.


La escritora da la voz a sus personajes, incluso al propio Virgilio, y recrea, en un relato lleno de tramas y de precisión, la guerra de Troya y sus personajes. El texto puede hacer pensar, por afinidad y brillantez, en una novela del llorado Ignacio García-Valiño: ‘Urías y el rey David’.


Cerramos estas notas de recomendación para la Feria del libro con la fertilidad de Fernando Lalana, que ha publicado cuatro publicamos en muy poco tiempo: ‘Anacleto y la croqueta’ (Bruño. Ilustraciones de Andrés Guerrero), para los más pequeños; cuenta la historia de un niño más o menos glotón al que un día se le aparece una gigantesca reina de la croqueta. ‘Una bala perdida’ (Bambú), es una novela del oeste que protagoniza George Macalla, que es un oficial del ejército confederado -"alto, guapo, moreno, tenía los ojos claros..."- que ha estado encerrado dos años por espionaje. Es un héroe a la manera de Giulanno Gemma. ‘La maldad o algo parecido’ (Bruño) cuenta la historia de la detective Lola Andrade que debe resolver un crimen en Teruel. Y su cuarto título es una novela de ciencia ficción: ‘Los amantes de Oberón’ (SM); la acción sucede en 2112 y plantea un relato también detectivesco que lleva a cabo una persona a la que todos daban por muerta. El humor, la ironía, el ritmo narrativo y la versatilidad son valores de Fernando Lalana.