Isabel Guerra: "Dios se sirve de mis chapuzas para llegar a la gente"

Su pintura apasiona a la gente que la sigue con verdadera devoción cada vez que expone, un hecho que sigue emocionándole y agradeciendo.

Isabel Guerra: "Dios se sirve de mis chapuzas para llegar a la gente"
Isabel Guerra: "Dios se sirve de mis chapuzas para llegar a la gente"
Guillermo Mestre

Llega apurada porque pensaba que la cita era más tarde y me dice que le llame Isabel, simplemente. Menuda, simpática y tremendamente sencilla, Isabel Guerra (Madrid, 1947), tiene en el rostro la serenidad que solo da la paz interior, la misma que busca reflejar en cada una de sus obras desde que a los 12 años descubriera cuál era el sentido de su vida: trasladar a Dios a través de su pintura, "y cuando se me acercan para alabar mi obra siento que soy un pobre instrumento en sus manos. Mire, hay un Cristo que estéticamente me parece muy tremendista al que la gente le reza mucho, así que yo me digo que si Él, hasta de ese Cristo se vale, también se puede valer de mis chapuzas". Monja cisterciense, esta mujer menuda de mirada enorme, firme en unas convicciones por las que se enfrentó a sus padres hasta que los años les convencieran de su felicidad, es todo un fenómeno social con una legión de admiradores, que provoca largas colas cada vez que expone; que dedica horas a un público entregado al que firma catálogos con un bolígrafo negro y permanente, "porque me han venido muchas veces con otros antiguos para que volviera a dedicarlos, porque había desaparecido lo que les escribí". De mente ágil y muy abierta, capaz de parar a un cubano de pelo teñido y chupa de cuero en plena Gran Vía madrileña para fotografiarle y colgar su imagen en la exposición que aun puede verse en Ibercaja (por la que han pasado más de 30.000 personas desde el 26 de marzo y que viaja después a Madrid), reconoce que le ilusiona pintar al papa Francisco y que le gustaría viajar a Roma para iniciar los primeros trazos de un encargo que le entusiasma, hacer el retrato que colgará en el salón de los presidentes de la Conferencia Episcopal Española, a quienes ha pintado a todos, y que allí mismo llaman la ‘sala Isabel Guerra’.


Usted es una paradoja, hace una vida monástica pero vive también fuera de ella.

No se engañe, mi vida es absolutamente monástica. Ahora estoy aquí, con usted, y la gente puede pensar que estoy fuera de ese mundo, pero no, porque una vez que acaban las exposiciones yo vuelvo a ella y aunque me llamara no le atendería, porque si no mi vida sería descafeinada, no estaría tranquila y ni siquiera podría trabajar en la pintura, no tendría capacidad para crear imágenes que me parece que es para lo que estoy llamada. Mi vida es fantástica, porque me permite llevar en plenitud mis dos vocaciones.


¿Cómo lo ha podido hacer? Porque cuando comenzó la Iglesia no era tan abierta como hoy.

Llegué a este monasterio de Santa Lucía en Zaragoza a través de una amiga y cuando lo vi me encantó, pensé que era mi sitio. Cuando me hice monja tenía 23 años y quise poner espacio entre mis padres y yo, porque era hija única, lo pasaron muy mal con mi decisión, y hubiera sido un martirio para ellos pasar por delante de donde está su hija y no poder entrar. Y para mí también....


Comencemos por el principio, porque antes de entrar ya descubrió la pintura a los 12 años.

Dibujaba desde muy niña, pero a esa edad unos tíos me regalaron un caja de óleos y cuando la tuve en mis manos me quedé sobrecogida, fue algo especial. Al día siguiente en lugar de irme el colegio me quedé en casa, cogí una caja de puros de mi padre y en una de sus tapas, que aun guardo, me puse a pintar el paisaje que veía desde el balcón, porque nuestra casa era muy singular, en el centro de Madrid, pero con unas vistas maravillosas a la sierra. A partir de ahí fue una fiebre que aun me dura.


Y aprendió viendo de los maestros del Prado.

Siempre tuve claro que no quería parecerme a ningún pintor; en las escuelas todo el afán es copiar a uno u otro, aprendes de un maestro y acabas siendo un sucedáneo. Visitaba todas las exposiciones que podía, iba mucho al Prado y leía libros de técnicas y de pintura. Me dediqué en cuerpo y alma a ella desde los 12 años.


Su padres le alentaban la vocación.

Si, si, además siempre he sido muy responsable, quizá porque al ser hija única vivía entre personas mayores. Desde que hice mi primera exposición, mis padres fueron muy felices al ver que iba en serio. Disfrutaron mucho, y hablamos de unos años en los que era impensable para alguien de 15 años, que socialmente era una niña, pero salía en el periódico, exponía en Madrid. No, no era corriente.


¿Cómo descubrió su vocación religiosa, monástica, usted que era una artista? Porque es un mundo antagónico al del arte.

Yo sentía una llamada muy fuerte... Mire, siempre hago la misma comparación, ¿qué siente una mujer que se enamora, que es capaz de dejarlo todo por amor a alguien, de seguirle donde sea? Pues igual. Eso es lo que pasa con el Señor, Él está enamorado de nosotros y a quien quiere para sí, en exclusiva, le enamora, que es lo que hizo conmigo, aunque a los 12 años no puedes pensar en ir a ningún sitio.


¡Fueron parejas sus vocaciones!

Tenía clarísima mi vocación artística, me gustaba mucho la pintura, pero también otras cosas como escribir y el teatro, hacíamos obras con mis primos; y la radio y la televisión, incluso me hubiera gustado ser presentadora, pero había algo que me tiraba mucho más,y era esa llamada del Señor.


¿Cómo lo planteó? Siempre habla que sus padres no llevaron nada bien su vocación religiosa.

Era hija única y una hija muy esperada durante 10 años; además, cuando tenía 6 tuvieron otro hijo que murió en el parto y entonces mi padres se volcaron en mí, por eso para ellos fue terrible mi vocación religiosa. Mi padre lo llevó mejor, porque entendía que debía vivir mi vida, pero mi madre, no, no, porque pensaba que su niña estaría siempre a su lado, aunque con el tiempo fueron muy felices de la vida que elegí.


Consigue también desarrollar en el monasterio su vocación artística, nada menos que en 1970.

El Señor lo fue conduciendo, como hace todo en la vida. Siempre. En el monasterio había una abadesa que vio que si entraba y no seguía pintando no lo resistiría y me iría, y creyó que era un disparate no permitírmelo. Ella tenía ya entonces una gran apertura y visión de futuro. Las primeras salidas es cierto que eran distintas, eran de menos tiempo y solía dormir en el monasterio que teníamos en Madrid. Todo eso se ha ido abriendo y hoy nadie se sorprende de que pueda estar comiendo fuera, en un restaurante, cuando estoy en una exposición.


Mantiene esa dualidad entre su vida monástica y el arte de manera natural, porque su obra está muy pegada a la calle y además hace fotos, algunas tan increíbles como la de un cubano que vio por la calle.

Cuando lo paré fue encantador. Lo vi cerca de Gran Vía, en Madrid. Como salgo poco, cuando lo hago siempre llevo una cámara, porque para mí es como llevar pinceles, y esta exposición es precisamente para decir que la fotografía tiene el mismo rango artístico que la pintura, porque lo importante es crear una imagen que llegue al corazón de los demás. El lenguaje viene a ser lo de menos, porque lo importante es el resultado final, si aporta algo a los demás o simplemente les cuentas lo que piensas que es la vida o lo que te gustaría que fuera. Hago fotografía desde niña, pero siempre había expuesto pintura.


¿Cómo está al día?

Internet es una herramienta formidable para conectar, y pertenezco a agrupaciones de fotógrafos de todo el mundo con los que estoy en permanente contacto, incluso hago trabajo con profesionales alemanes, holandeses, norteamericanos..., fusionando imágenes, creando cosas. Es muy interesante porque ves cómo en todas partes se tienen las mismas inquietudes. Es un trabajo que te abre mucho a la vida


¿Se sorprenden cuando se enteran que es religiosa?

Hay de todo, pero es que no importa lo que eres, sino lo que haces y yo tampoco pregunto qué son o a que se dedican, solo hablamos de arte. Si con el tiempo adquieres más confianza puede que entres en conversaciones más personales, aunque algunos me han descubierto porque se han encontrado con mi obra.


También su representante ocultaba al principio que lo era.

Es que nadie dice en una exposición si esta casado no.


Usted ha vendido mucho desde que comenzara.

Es cierto que he tenido la suerte de que mi obra haya gustado y es algo que siempre hay que agradecer, comenzando por los amigos de mis padres que fueron los primeros en adquirir mis obras. Además, si tuviera almacenada mi obra no se si sería capaz de continuar, y creo que Dios me ha ayudado también en este sentido, porque si no fuera así yo misma me diría que para qué sirve que siga pintando si la gente no percibe lo que quiero expresar, porque pinto para los demás.


No le gusta hablar de dinero, pero sus cuadros se cotizan.

Nunca hablo de dinero, es cierto, pero no crea que llega para tanto; y los materiales para este trabajo cuestan mucho. Es caro vivir, y somos 14 en casa, en la comunidad, aunque éramos más hasta hace nada porque han muerto dos monjas jóvenes y es un gran dolor que se hayan ido.


¿Qué le inspira?

Todo. Empece a pintar imágenes de interior, porque en el convento me encontré un mundo increíble. Pinto actitudes de reflexión, de mirada interior, intento aproximar a la gente a lo que expreso, a esa serenidad que busco en mi obra, a tener una mirada íntima, de encontrar a Dios en ti... que la gente pueda aproximarse a esa huella de Dios que tenemos en nuestro entorno más próximo. Por eso busco gente de ahora mismo, a jóvenes a los que he pintado a lo largo de su vida, y que pertenecen a mi entorno más próximo. Que trasladen frescura, bondad, transparencia...