Caixaforum expone las marinas más íntimas y luminosas de Joaquín Sorolla

Calidades de luz y de salitre

La blancura deslumbrante de la madre y el niño con el mar rutilante de fondo. Fuego de luz.
Caixaforum expone las marinas más íntimas y luminosas de Joaquín Sorolla
José Miguel Marco

Nacido junto al mar, Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 - Cercedilla, Madrid, 1923), quiso llegar hasta el límite quimérico de plasmar en sus cuadros cuanto él era capaz de ver y amar. El mar resumía para el pintor la vitalidad permanente como fuente constante de mutaciones de luz, color y movimiento. Además le permitía ligarlos con la vida y la actividad humana. Sorolla vio siempre el mar desde la tierra. No le gustaba embarcarse pero siempre estuvo ligado a las playas, paisajes y costas, a sus puertos y sus gentes. Su mirada se posó en el reflejo del sol sobre el agua y los atardeceres en los acantilados como el del Monte Ulla. San Sebastián (1917-1918). Para él eran "estudios de mar".


Si bien Joaquín Sorolla practicó distintos géneros que van del retrato al paisaje pasando por vistas de ciudades o escenas de jardín, en esta exposición sólo se exhiben cuadros relacionados con el mar. Sesenta obras entre lienzos y pequeñas tablas y cartones que provienen del Museo Sorolla, distribuidas por secciones, sin orden cronológico ya que una vez alcanzado el periodo de madurez (1900-1912) las variaciones técnicas y estilistas no son significativas. La exposición parte de vistas y marinas fechadas en 1880, donde se aprecia una mayor atención al dibujo y la composición, hasta 1919 con una pintura con más transparencias en la que el artista se apropia de la naturaleza como Cala de San Vicente (Mallorca). Es a partir de 1899 cuando Sorolla se convierte en el pintor del mar. Reconoció el propio artista: "Mi único afán fue crear una pintura franca que interprete la naturaleza tal como debe verse".


El interés de Sorolla por el natural está ligado con su asimilación de las nuevas tendencias francesas. En 1885 ve en París las obras de Bastien-Lepage y Adolf von Menzel que le indican el camino hacia la pintura moderna. Un estímulo que se vería reforzado después con el conocimiento de los pintores nórdicos Kroyer, Johansen y Zorn. Hasta ese momento Joaquín Sorolla era un pintor académico con influencia de artistas españoles como Pinazo, Salas o Muñoz. Su descontento hacia este tipo de enseñanza encuentra -a los 22 años-, en la pintura de Bastien-Lepage un nuevo camino basado en la observación de la realidad al margen de actitudes estereotipadas.


Sorolla labra su reputación con la exposición que realizaen la Galería Georges Petit de París en 1906. Cinco años de trabajo y quinientas obras que le supusieron un gran triunfo. Sus posteriores exposiciones en Berlín y Londres, no obtuvieron la misma respuesta, pero todo quedó compensado con el reconocimiento que obtuvo en Nueva York entre 1909 y 1911. La actitud positiva de Sorolla colisiona con la de Zuloaga que veía España a través de la óptica amarga de los escritores del 98.


Sorolla según expresó Juan Ramón Jiménez en 1904 representa la imagen mediterránea del país, basada en su propia forma de interpretar las playas valencianas. En "Joaquín Sorolla y sus retratos", Forma 1, pp. 26-27, el poeta escribe "… comienza esa serie de cuadros de tierra, trabajo, sudor, miseria y sol, el esplendor griego de las costas del levante y el trueno de su mar azul, la gracia florentina del gesto de Valencia, todo ese lujo de espumas y transparencias, de brisas y de flores, toda esa algarabía incomparable de mujeres, de niños de marineros españoles".


Lo que cautiva en la pintura de Joaquín Sorolla, es la técnica con la que refleja la luz. Su fuerza y agilidad como pintor al aire libre. Sus apuntes no son bocetos para lienzos más grandes, sino anotaciones tomadas con rapidez del natural para captar con la máxima inmediatez distintos instantes del movimiento del mar y la incidencia del sol. La transitoriedad de ese momento que hace modificar los objetos y las figuras que baña el mar, fue una de sus obsesiones que queda perfectamente reflejada en una de las obras más conocidas como es ‘El balandrito’ de 1909. La captación de un instante de belleza múltiple. Como escribió Henri Rochefort con motivo de la exposición de París de 1906 "Nunca ha contenido una paleta tanta luz solar. Nunca hasta ahora se ha aplicado bajo el cielo, los ocres y verdes húmedos de las rocas con tanta intensidad. Esto no es impresionismo pero es impresionante".