"La incultura hace crecer el odio"

Magdalena Lasala (zaragoza, 1958), premio de las letras aragonesas 2014, repasa su trayectoria.

"La incultura hace crecer el odio"
"La incultura hace crecer el odio"
Aránzazu Navarro

-¿Qué fue antes la literatura o el teatro?

Era casi igual para mí, contar una historia o un cuento que ya imaginaba y veía en mi mente. Daba igual que lo escribiera o que lo representara, como un juego. Sólo sabía que quería contar esa historia describiendo su exterior, es decir, dónde y cuándo transcurría, a la vez que quería contar cómo se sentían por dentro los que la vivían, quiénes eran, porqué la estaban viviendo.


-¿Qué tipo de actriz quiso ser?

El teatro fue una forma de autoconocimiento muy valiosa que me permitió indagar en mis propios personajes interiores. Aprendí que el teatro ha de funcionar como un espejo donde el espectador ve reflejadas las pulsiones de su alma. Aunque viví el teatro también como actriz, siempre supe que no me dedicaría a ello: ansiaba una vivencia más completa, más total, esa que me proporciona la creación del texto.


-Alguna vez ha hablado con cariño y fascinación de su padre. ¿Qué le enseñó?

Fue un hombre muy culto; poseía una inteligencia rápida y brillante y un sentido de la fantasía excepcional. Alimentó mi imaginación enseñándome a comprender que existen otras realidades. Me hablaba de La Atlántida y de Platón, de las siete maravillas del mundo antiguo, de los cuatro jinetes del Apocalipsis y de Don Quijote. De muy niña creía que era un mago; podía ser varias personas a la vez.


-¿Recuerda lo primero que escribió?

Escribí una primera novela de aventuras a los ocho años y perseguía a mis compañeras de clase para leérsela durante el recreo. En el mismo curso escribí una primera pieza teatral, un monólogo que representé en clase, sobre ‘La ajorca de oro’ de Bécquer.


-¿Qué autores la marcaron al principio?

Leía todo lo que caía en mis manos. Me escondía en la biblioteca familiar, era mi reino privado y prohibido, mientras oía a lo lejos a mi madre llamarme: «¿dónde se mete esta niña? Seguro que está con un libro en la mano». Recuerdo con especial intensidad ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, de Mark Twain, cuando apenas tenía nueve o diez años. Sus travesuras en el río eran mi transgresión escondiéndome para leer.


-Ha vivido experiencias especiales que ha volcado en la literatura. ¿Cómo fue eso?

Comprendí muy pronto la posibilidad de la palabra como un puente de conexión entre mi ser interior y el mundo exterior; más aún, como un mundo en sí mismo que se abría ante mí y que me permitía acceder a otros mundos, dentro y fuera de mí. Todo sería útil e importante para volcarlo en la experiencia literaria: un sueño, un viaje astral, una percepción extrasensorial o una búsqueda espiritual que te acerca a claves de conocimiento superior abriendo esas puertas del otro lado del espejo.


-¿Existe un momento en el que se da cuenta de que la literatura puede ser su oficio?

Supe desde muy pronto que yo iba a escribir. Pero la carrera literaria se ha ido forjando anclada primordialmente en la pasión por expresarme a través de la palabra. Necesitaba comunicar, y eso sólo podría hacerlo publicando. Esa decisión, que llevaba consigo vencer una gran lucha interior, fue después de entender la escritura como un impulso irrefrenable: fue cuando la comprendí también como la planificación de unos deseos y unos objetivos.


-Su primer éxito, compartido con Ángeles de Irisarri, fue ‘Moras y cristianas’.

Fue mi incursión en la prosa histórica, en un momento en que nadie había escrito ficción sobre al-Andalus. Yo había publicado ya varios libros de poesía y creía que no me hacía falta nada más, pero descubrí que no tenía que abandonar la condición poética para escribir prosa, estructurar una historia, describir psicológicamente a un personaje, explicar una época a través de la vivencia personal del personaje, y me entusiasmó. Fue una experiencia fantástica, y el libro un gran éxito. A continuación la editorial me pidió mi primera novela, ‘La estirpe de la mariposa’, una obra imprescindible en mi carrera literaria que sigue vigente entre el público.


-¿Cómo era, cómo es, su poesía?

La poesía es la palabra madre, la que entronca más directamente con la esencia, y mi poesía se pone al servicio de esa esencia para traer a esta dimensión las sensaciones, sentimientos y experiencias vividas en el alma, convertidas en palabras.


-¿Qué significan para usted el amor, la pasión, el erotismo?

Escribir para mí es la expresión primordial de mi fascinación por la experiencia vital, en la que toda emoción, todo camino vivencial conduce al conocimiento de algo superior que espera. Los sentidos vividos en su plenitud forman parte de ese camino de búsqueda que es la propia literatura.


-Primero se centró en el universo Omeya, luego en el Renacimiento. ¿Cómo se eligen los temas y las épocas?

Por curiosidad, por placer, por instinto... pero lo importante es siempre una profunda y fiel investigación sobre la época elegida, una buena construcción de los personajes que han de contarla y sobre todo plantear una hipótesis como novelista. Esa es la libertad literaria, poder recrear, reinterpretar y redescubrir la historia, de una forma que no había sido mostrada antes.


-¿De qué seres se siente más satisfecha?

Tengo especial cariño por Lubná, de ‘La estirpe de la mariposa’, y por Sabina de Santángel, de ‘La casa de los dioses de alabastro’. Almanzor, Boabdil y Doña Jimena fueron ejercicios literarios muy importantes para mí, retos especialmente intensos. Me gustó mucho recrear a Maquiavelo, desvelar su injusticia histórica.


-¿Cuál es su actitud ante la mujer, qué reivindica de su destino histórico?

No practico ninguna «actitud» hacia la mujer, o la condición femenina. Admiro a muchas mujeres que han dejado huellas diversas en la historia, por sus logros, por su tesón, por su brillantez… valores que pertenecen a la inteligencia humana. Y lamento cuando en el mundo actual comprobamos que se sigue avanzando muy poco, o incluso se involuciona. Solo sé que la incultura hace crecer el odio o el miedo contra lo femenino.


-¿En qué consiste escribir novela histórica, cuáles son sus premisas?

La novela histórica es un género casi completo, como la ópera. Bebe de la memoria, indaga en la identidad de los acontecimientos, se apoya en la psicología de los personajes construyendo los soportes en los que ha de identificarse el lector, carnaliza el pasado trayendo al momento presente del lector una realidad ya ida, reconstruyéndola desde la ficción. El mejor de los logros al escribir novela histórica es lograr meter al lector en la piel del personaje haciéndole sentir que ha alcanzado a ver incluso más allá del propio texto.


-¿Qué ha significado para usted el Premio de las Letras Aragonesas?

Es un título que deseo llevar con honor y responsabilidad en ese futuro que me espera y donde tengo tanto que quiero ofrecer y hacer todavía, y quiero que a través de él se proclame a Aragón, mi tierra, como un orgullo que me acompaña.