El enamoramiento más brutal

Carlos Manzano publica una novela sobre el amor, el tiempo y la memoria.

Portada de 'Paisajes en la memoria'
El enamoramiento más brutal
La fragua del trovador

Cuando el lector abre un libro de Carlos Manzano, lo primero que encuentra es un estilo muy personal. Este zaragozano de 50 años ha conseguido escribir de forma identificativa, crear una atmósfera difícil de confundir con cualquiera de las varias docenas de clones que circulan por el mercado literario.


Si en la sorprendente novela ‘Lo que fue de nosotros (Nuevos Rumbos en 2011), planteaba un caso crudo y extremo narrando el asesinato irracional de un niño, en ‘Paisajes en la memoria’ utiliza una trama sencilla pero contundente: la relación sentimental de un adolescente con una mujer casada, Sara, que le dobla la edad. El relato está dividido en dos partes, ‘Paisajes del sur’ y ‘Paisajes del norte’, que lo sitúa en tiempos simétricos pero espacios discontinuos. Los primeros transcurren en Zaragoza, cuando el protagonista tiene 17 años, y los segundos en Fráncfort, donde se ha trasladado a vivir, 17 años después. Entre ambas partes hay un vacío informativo que tiene su explicación: todos los personajes están en función del protagonista, Ricardo, porque el eje de la novela es la introspección.


Sara, su hija Lucía, a la que casualmente encuentra en Fráncfort terminando un Erasmus, sus amigos Damián, Sabater y Abdul, principales personajes de la historia, son poco más que elementos de contraste a través de quienes el joven analiza sus reacciones racionales y emocionales. El principal de ellos es la mujer infiel, plural y promiscua, que compagina su matrimonio con varios amantes simultáneos, entre ellos Ricardo y dos de sus mejores amigos.


El conflicto estalla cuando por parte de él surge un enamoramiento tan brutal que desmantela sus estrategias emocionales. El desconcierto es absoluto cuando ella le asegura que el amor es un sentimiento muy vago, además de increíblemente amplio, añadiendo que ama a su marido pero también lo ama a él, Ricardo, confesándole que sin embargo no está enamorada. "Sentir amor y enamorarse es lo mismo", insiste el muchacho. A partir de aquí estalla la situación porque el protagonista acude a denunciar el caso al marido burlado. Pasarán 17 años hasta el reencuentro con Lucía en Fráncfort, a la que recuerda de niña y de quien recibirá una noticia dramática que le hará replantearse su percepción del tiempo. Ahí es donde reside la magia de la novela, más allá de la trama, del atinado retrato de los personajes y de las consideraciones sobre el significado de la amistad y del amor.


Ya se ha dicho que el verdadero eje del relato es la introspección realizada por el protagonista, que nos lleva a profundizar en el sentido de la vida, de las percepciones, de las opiniones, de los puntos de vista, de los recuerdos, de las convicciones… al relativismo, en suma, de todos los sucesos y circunstancias que rodean nuestras vidas.