Nachtwey, la guerra y la compasión

Crónica de una cita de los documentalistas del horror y la violencia: Gervasio Sánchez, Premio nacional de Fotografía, retrata al maestro norteamericano, al que presentó en Madrid.

Presentar el trabajo de James Nachtwey (Siracusa, Nueva York, 1948), uno de los mejores fotógrafos de guerra del mundo, es un gran honor. Porque lo admiro profundamente y su forma de trabajar ha ejercido de faro permanente y ha iluminado mis propias fotografías. Repaso una vez más sus imágenes. Primero paso mis dedos por las tomadas en Rumanía, Somalia, India, Sudán, Bosnia, Ruanda, Zaire, Chechenia, Kosovo recogidas en su libro ‘Infierno’ publicado hace 15 años. Es como rebobinar la historia y regresar de nuevo a los infiernos habituales de los años noventa.


Es posible que lo hayamos olvidado, pero los años noventa estaban llamados a ser los años más pacíficos de la historia. Todavía recuerdo la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Estaba en El Salvador y muchos de lo que allí cubríamos aquel conflicto fratricida pensamos que nos íbamos a quedar sin trabajo tras el fin de la Guerra Fría. En cambio, crecimos fotográficamente en una década muy violenta entre 1990 y 1999.


Cómo duelen aquellos orfanatos rumanos y las hambrunas de Somalia y Sudán; cómo duele el genocidio de los tutsi de Ruanda y la debacle humanitaria de los hutus en el antiguo Zaire; cómo duelen las masacres de Bosnia-Herzegovina y la deportación de centenares de miles de kosovares; cómo duele Chechenia en llamas.


Cómo duele el mundo en ruinas ante la incompetencia política y diplomática y con nuestras naciones, las más poderosas, haciendo negocios mercantilistas en el horror de la guerra. ¿Por qué fotografiamos la guerra que existe desde los tiempos inmemoriales? ¿Las fotografías pueden poner punto final a un drama humano? ¿Pueden conseguir activar a la opinión pública narcotizada por el espectáculo del entretenimiento para que exija justicia y compasión para los protagonistas anónimos de situaciones calamitosas? "Yo he sido testigo y estas fotografías son testimonio. Los acontecimientos que he registrado no deberían olvidarse ni repetirse", es la declaración de principios de James Nachtwey en la presentación de su página web.


Pero también se siente imbuido por un sentimiento ambivalente que le duele en tu interior: "Lo peor es que como fotógrafo me aprovecho de las desgracias ajenas. Esa idea me persigue todos los días. Porque sé que si algún día dejo que mi carrera sea más importante que mi compasión, habré vendido mi alma".


Sigo paseándome por sus trabajos más recientes en su página web. Afganistán, Sudáfrica, Pakistán, Israel, Indonesia. De nuevo, esa inquietud de que todo está perdido en un mundo oscurecido por el fanatismo y la violencia.


¿Saben cuál es la respuesta que me más duele en un escenario de guerra y que, además, es la más repetida?: "No sé por qué mi país está en guerra o por qué tenemos que huir". Respuestas tantas veces expresadas por mujeres, niños, ancianos, civiles, pero también por combatientes adultos o infantiles.


La muerte de Giménez Abad


También reviso sus trabajos sobre el sida, la polución industrial, la vida carcelaria y los atentados contra las Torres Gemelas en la ciudad en la que vivía. ¿Qué pasó por su cabeza cuando tuvo que salir a la calle para cubrir la debacle al lado mismo de su casa?


El 6 de mayo de 2001 ETA asesinó a Manuel Giménez Abad en la calle de atrás de mi casa en Zaragoza, al lado de la carnicería donde comprábamos las croquetas para nuestro hijo. Era un domingo por la tarde y al día siguiente viajaba a Colombia. Estaba preparando mi equipaje cuando me enteré de la noticia por una llamada de nuestro común amigo Santi Lyon desde Madrid.


De repente, me sentí inquieto. Mi mujer y mi hijo, que tenía entonces tres años, habían salido a jugar a un parque cercano. Es muy posible que se cruzasen con los asesinos. He pensado muchas veces que nos vamos a una guerra lejana hasta que un día la guerra aporrea nuestras ventanas.


Nachtwey lleva cuatro décadas cubriendo los lugares más oscuros del planeta, cargando una mochila invisible de dolor, de todo el dolor acumulado mientras presencia al Hombre como protagonista de la violencia más descarnada. Buscando esa imagen respetuosa lo suficiente contundente que obligue a reaccionar. Le imagino buscando explicaciones que permitan comprender porque aparece lo peor del ser humano cuando todo se desmorona.


Hemos visto matar con fusiles en Centroamérica, con aviones y cañones en los Balcanes y con machetes en Ruanda. Hemos visto a menores reclutados forzosamente cumpliendo las órdenes más brutales, a mujeres y menores violadas, hemos visto las fosas repletas de cadáveres, la angustia petrificada en los rostros de los familiares de los desaparecidos durante años y décadas de búsqueda.


¿Qué nos queda por ver? No creo que vayamos a ver la paz nunca, ni en este siglo ni en el próximo, ni en este milenio ni en el siguiente. Tampoco creo que el hombre esté dispuesto a morir antes que matar y seguirá prefiriendo matar antes que morir.


Pero ojalá tengamos posibilidad de ver cómo la razón se articula en medio del desastre y consigue frenar los abusos contra los civiles, los crímenes de lesa humanidad, el horrible comportamiento del que se divierte matando o del que se enriquece vendiendo. Ver la compasión. Ver visos de esperanza. Ver algo distinto a lo que vemos habitualmente.