Viaje, debate, duelo y erudición en París

Pérez-Reverte crea una aventura de la ‘Encyclopédie’, con los aragoneses aranda y salas bringas.

Viaje, debate, duelo y erudición en París
Viaje, debate, duelo y erudición en París
Pilar Ostalé/Víctor Meneses

"¿Cuándo consiguió la Academia la ‘Encylopédie’?", le pregunta Pérez-Reverte a Víctor García de la Concha, ambos académicos de la RAE. Y a partir de ahí, inquiriendo allí y allá, se zambulle en una curiosa historia: la de dos académicos que partirán a París con el encargo de adquirir para la institución esa obra, que consta de 28 volúmenes, cuya publicación se inició en 1751 y se concluyó en 1772. Arturo Pérez-Reverte se imagina las deliberaciones y da algunos indicios de lo que va a ser su ficción: una novela de debate, de diálogos, de tesis, dentro de un armazón ligero de novela de aventuras, de viaje y de intriga.


Tras ser elegidos los dos "hombres buenos" –el bibliotecario y bibliófilo Hermógenes Molina y el marino y brigadier Pedro Zárate–, descubrimos que se pone en marcha la maquinaria de la reacción, una alianza de conjurados contra las ideas del progreso. Los cómplices son el periodista Manuel Higueruela y el erudito Justo Sánchez Terrón; en el fondo, están de acuerdo en que esa colección de libros no debe entrar en España. Los motivos de ambos son divergentes, por no decir antagónicos. Contratan a un inquietante sicario, Pablo Raposo, para que los mensajeros no puedan cumplir su cometido. O, como dice el escritor, "para reventar esa aventura absurda".


Este sería el resumen básico de una ambiciosa narración que es una síntesis de las ideas que Pérez-Reverte ha ido dejando en sus libros, en sus artículos de domingo, en sus entrevistas, centrada, eso sí, en el fascinante siglo XVIII. El Siglo de las Luces. El lector, de su boca o de las de sus personajes -y lo son, entre otros, compañeros de la RAE: Gregorio Salvador, Darío Villanueva, Carmen Iglesias, el citado De la Concha o Francisco Rico, que parece un sujeto entre temido, brillante y perverso, al que muchos querrían matar; al menos, eso sugiere Pérez-Reverte en una de las bromas privadas de la novela, que tiene bastantes, en algunas incluso inventa novelas que no ha escrito- accede a numerosas reflexiones, algunas de ellas muy contemporáneas.


El propio Pérez-Reverte habla del presidente de Gobierno Mariano Rajoy y se pregunta: "Ése no ha leído un libro en su vida (…) ¿Alguna vez lo has visto en un acto cultural?... ¿En un estreno teatral? ¿En la ópera? ¿Viendo una película?". García de la Concha, escandalizado y evasivo, responde: "Por Dios". Iniciado el viaje, el marino dialoga con su compañero -la alusión implícita a Don Quijote y Sancho es inequívoca- y le dice: "Qué triste. Los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces allí donde las vemos brillar". Hermógenes le dice que "este viaje es la prueba de lo contrario", y Zárate concluye: "Este viaje, y discúlpeme, es una gota insignificante en un mar de resignación nacional". Ellos discutirán, a la vez que estrechan lazos de amistad, de casi todo: del poder de la cultura, de la libertad, de la monarquía, del orgullo y del valor de los libros, que son elogiados directamente e indirectamente; en ese sentido, esta novela es la que más próxima está a ‘El club Dumas’. Se dice, por ejemplo: "Hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron". El pesimismo hispánico, y quizá el del propio novelista, se opone a los resplandores de Francia, aunque pronto veremos que tampoco en el país vecino todo el monte es orégano. También allí, como en España, la ‘Encyclopédie’ también está prohibida.


Pérez-Reverte cuenta muchas cosas: hace un retrato del París ilustrado, de las librerías de viejo, del mundo de los duelos –uno de sus personajes se verá involucrado en uno de ellos– y a la vez asomará al universo galante de los salones literarios, especialmente el de una mujer fascinante: Margot Dancenis, española, casada con un bibliófilo algo mayor que ella que posee 5.000 libros, dispuesta a vivir aventuras de amor. En una de ellas, en uno de los lances románticos del libro, le dice a su tímido seductor, con agudeza e intención: "Hay hombres que pasan por la vida sin dejar rastro, y otros que permanecen y no se olvidan jamás". Por sus salones, entre otros, desfilan desde el naturalista Buffon hasta el Choderlos Laclós, el autor de ‘Las amistades peligrosas’. En París, marcado por la presencia de prostitutas, los mensajeros, por avanzar algo más, tendrán un protector, casi accidental pero determinante, como el aragonés Pedro Abarca de Bolea, embajador en la ciudad, y el abate Salas Bringas Ponzano, poeta, libelista consumado y fugitivo de la Inquisición, pero también pícaro hambriento y superviviente que está a punto de vivir uno de los mejores períodos de la historia. Uno de los grandes sujetos del libro.


‘Hombres buenos’ es también una metanovela: Pérez-Reverte explica cómo escribe su ficción, cómo se documenta, cómo hace entrevistas (las mejores son las de Carmen Iglesias y Paco Rico, que bromea sobre sí mismo y "el cabrón" de Javier Marías), explica sus dudas, inventa volúmenes, novelas en marcha y se divierte con el lector en un constante juego de espejos que contiene bromas y burlas, bibliotecas asombrosas, ediciones reales y soñadas y algunos peligros verdaderos. Al fin y al cabo, como dice uno de los personajes, el autor de ‘El húsar’ –tan seguro de sí mismo con la palabra y con la espada–, pertenece a ese gremio "de los que procuran amueblarse el mundo con libros" en medio de la paradoja y los asuntos de Estado.