Ser, estar y gustar

Un 70% de la población carece de autoestima y eso se traduce en una necesidad de ser importantes para otros. Los selfis forman parte de esa búsqueda por la autoafirmación.

¿Cuántos millones de fotografías se suben al día en Facebook, Twitter, Google+, Linkedin, Instagram o Pinterest? Solo en Facebook son 350; y de entre los que lo hacen diariamente a Instagram, 8.000 usuarios interaccionan cada segundo con una fotografía. ¿Qué buscan? Podríamos decir que poco. Mirar, mirarse, curiosear... ser, estar y gustar, esos tres infinitivos del titular. Haga la prueba. Ponga durante varios días una imagen suya en la que se le vea haciendo algo o simplemente posando, mirando a la cámara, que es lo mismo que mirar al que te mira, y después suba imágenes de lo que más le gusta o le apetezca compartir, de lo que realmente quiere que los demás opinen: cómo cocinar un plato, arreglar un mueble o hacer patchwork. Si lo que sube es rostro y belleza tendrá inmediatamente numerosos ‘me gusta’, pero si no lo es... puede que nadie repare en nada.


Instagram posee 200 millones de usuarios activos al mes y se suben al día unos 60 millones de imágenes, mientras que los ‘me gusta’ alcanzan a 1.600 millones. 1.600 millones en su mayoría por un rostro. Una ‘gaita’ que se ha disparado desde que en la ceremonia de los Óscar 2014, Ellen DeGeneres se hicera un selfi con algunos de los actores. Una moda que ha ido en aumento y a la que todos nos hemos rendido, guste o no; a eso del posar para ‘selfies’ propios y ajenos. La cosa está en si lo guardamos para nosotros, sin compartir y sin ese etiquetar tan entrometido, porque nadie consulta si quieres o no que te vean los amigos de los amigos de los amigos. Porque eso no es privacidad.


Poca autoestima


Con los selfis también, hemos perdido algo el miedo al ridículo y podríamos haber ganado en frescura y espontaneidad, porque ahora nos hacemos fotos (casi) en cualquier sitio y (casi) en cualquier situación sin apenas pudor porque, a la postre, todos salimos distorsionados por el objetivo de nuestro móvil sin sentir que ponemos una cara absurda. Y el tema del palo, paloselfi, como recomienda decir la Fundéu, da mucho juego.


El sociólogo Carlos Hué hablaba de esto esta misma semana en la entrega de los premios Magister. Para él, "todo tiene que ver con la autoestima, la seguridad en nosotros mismos y el autoconcepto que de nosotros tenemos", dice, y explica que en torno a un 70% de la población, "carecemos, carece de un nivel adecuado de autoestima y eso se manifiesta en la necesidad compulsiva de estar conectados a otros, ser importantes para otros". Curiosamente, el término egoísmo se dice en inglés ‘selfishness’, por lo que la autofoto, el selfi, "forma parte de esa necesidad de autoafirmación que denota nuestras carencias. El ser humano siempre ha querido dejar constancia de su paso por la historia y es natural que nos guste compartir con las personas que queremos nuestros buenos momentos. Lo que ya no lo es tanto es esa necesidad de ser ‘protagonistas’ durante todo el tiempo", indica y explica cómo en esa búsqueda de ‘nosotros’ hemos dado la vuelta al objetivo de la cámara pasando de hacer fotos, a hacer ‘selfies’, "cuando el ‘yo’ solo se encuentra en el reflejo del ‘tú’, el nos-otros, se construye a base del ‘otros’". Toda una reflexión.


Vanidad de vanidad


El caso es que el paloselfi ha sido el regalo estrella de las pasadas navidades, y arrasa en ventas en este 2015 (cuesta entre 8 y 19 euros, según modelos), y hasta la revista Time lo nombraba como uno de los mejores inventos del año (2014). Un artilugio creado, al menos, en 1925 que es la primera imagen conocida en la que se usa un palo para hacer un autorretrato por Arnold y Helen Hogg en Rugby (Inglaterra) y que era sacado a la luz por un nieto de la pareja, el periodista Alan Clavear. Hay varias referencias posteriores al palo, la foto y las cámaras, pero fue en 2000 cuando oficialmente el sesentón y viajero impenitente Wayne Fromm se hiciera una foto con él, harto de pedir a propios y extraños que le sacaran una foto en alguno de esos parajes en los que quería salir, y patentara la cosa en 2005, entonces considerado algo excéntrico y poco provechoso.


Como cuando algo se pone de moda aparece la explosión que arrampla con todo, el paloselfi ha entrado a saco en todas partes y los museos españoles ya lo han prohibido, como antes lo hicieran el MoMA de Nueva York o la Galería de los Uffizi de Florencia. Además, la gente se va de bolo y se hace rinoplastias y se arregla los párpados caídos para verse mejor ("vanidad de vanidades", que recordaba Ortega y Gasset), olvidando que no es esa foto de estudio que todos pretenden cuando posan, y que al tener el objetivo tan cerca y con tanta gente y querer que salga lo de atrás y lo de al lado... pues todo sale deformado. Olvidando, también, que los selfis son un recuerdo, un instante parado en un momento agradable o junto a una persona querida o un monumento, un paisaje; o un mensaje de cariño para quien tienes lejos o cerca, o un simple recuerdo. Como cuando la primera ministra danesa Helle Thorning-Schmidt se hizo uno con el presidente Obama y el primer ministro británico Cameron en el funeral de Mandela pensando que quizá no volvería a vérselas en la misma. Aun a pesar de la cara de Michelle Obama.