Neruda, el poeta inagotable del amor

?Seix Barral publica 21 poemas inéditos del autor de ‘Residencia en la tierra’ fechados en los 50, 60 y 70.

Neruda, el poeta inagotable del amor
Neruda, el poeta inagotable del amor
Víctor Meneses

Pablo Neruda (1904-1973) es un claro ejemplo de poeta inagotable. Como también lo sería Juan Ramón Jiménez. De ambos, continuamente aparecen textos, inéditos, borradores o variaciones de composiciones recogidas en libro. Los dos eran maniáticos, ceremoniosos y disfrutaban con los objetos de escritura: los papeles, los cuadernos, los anagramas, la caligrafía, los bolígragos, los lápices de colores; los dos eran sensuales, enamoradizos. Sus personalidades, en apariencia, son antagónicas. Y su imaginación también es distinta.


Ambos, con todo, son caudalosos. Poetas incesantes. Poetas a todas las horas del día. De Juan Ramón Jiménez aparecen libros constantemente: lo guardaba todo. Era primoroso, maniático, temía las erratas y la vulgaridad más que al diablo o a los fascismos. Con Neruda ocurre algo parejo, como da cuenta la Fundación Pablo Neruda. Hace poco se encontraron 21 poemas del autor de ‘Estravagario’: composiciones que Matilde Urrutia no vio, a pesar de que algunas están dedicadas a ella. La primera, por ejemplo, recoge: "Matilde, con los besos que aprendí de tu boca / aprendieron mis labios a conocer el fuego". Y en el quinto, anota: "Tú y yo somos la tierra con sus frutos. / Pan, fuego, sangre y vino / es el terrestre amor que nos abrasa".


El librito, que anota Darío Oses y prologa Pere Gimferrer, recoge poemas fechados entre los años 50 y la muerte del autor: Pablo Neruda falleció en septiembre de 1973, en los días amargos de la gran felonía de Augusto Pinochet, y en enero de ese año está datado un poema. El volumen se titula ‘Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos’, y está dividido en dos partes: seis piezas de amor, de exaltación del deseo, de la carnalidad de la amada y de la comunión con la naturaleza, y quince dedicados a otros asuntos: la memoria, el paisaje, Chile, los Andes, algunos amigos o algunos poetas de los que sentía "cercano": Rilke, Baudelaire, Lautréamont o Garcilaso, entre otros.


Pablo Neruda es un gran poeta del amor. Desde ‘Crepusculario’ y ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’. Era uno de sus dones. Su mirada era sensual y erótica, y asumía -en su exposició de todos los goces, acuosos, embriagados de perfume- la propia opulencia de la tierra y del paisaje, el brillo desmenuzado de las pequeñas cosas. Todo le servía: la vida, ante sus ojos, se expresa con la furia del torrente, con la suavidad de los trigales en los dedos de la brisa, con la melancolía de los puertos al anochecer. Tejía imágenes como nadie: las tejía, las encadenaba en un hilván de acciones, pensamientos y metáforas.

Cuando escribió estos versos, también trabajaba en libros suyos tan famosos como ‘Memorial de Isla Negra’, una suerte de autobiografía de poeta sentimental de apetitos voraces, o ‘La barcarola’, el citado ‘Estravagario’, ‘Navegaciones y regresos’ o sus libros de ‘Odas’, que en realidad tenían un secreto: en el fondo habían nacido, siquiera algunos, como endecasílabos que luego Neruda descomponía en versos cortos y vertiginosos. De la primera parte, como recuerda Gimferrer, el mejor poema es el cuarto: extenso, complejo, repleto de metáforas, de expresividad, de logros poéticos. El poeta se dirige a su amada y parece preguntarle "si tu sangre minúscula no nace el color del durazno"; también se extiende y se enreda cuando dice: "tu sexo en el musgo del roble quemado como una sortija en un nido". A su amor - "Mi amor, mi escondida, mi dura paloma, mi ramo de noches, mi estrella de arena", dice en un verso libre largo- le recuerda que "sesenta y cuatro años arrastra este siglo", y nos da un indicio de la época en que escribe: 1964. Para cerrar, otra declaración a Matilde, a la que traicionaría: "Amor, inagotable es nuestro vino".

En la segunda parte del volumen, siguiendo el formato y el método de las odas, sobre todo, hay poemas muy interesantes. El siete, de carácter autobiográfico, es un diálogo del poeta maduro o anciano con el poeta en ciernes, en cierto modo del Neruda mayor con el Neruda joven. Le dice, entre otras muchas cosas en esa suerte de lección espectral y retrospectiva, "honrado fogonero, / no te metas / a presumir de pluma..." y también le aconseja: "alarga tu silencio / hasta que en ti / maduren / las palabras, /mira y toca / las cosas". También hay un poema sobre la vanidad, otro dedicado a su adolescencia -quizá en recuerdo de aquellos tiempos en que amó a Albertina Azócar, antes de que Delia del Carril ocupase su corazón-, varios a Chile y los Andes, y uno a la amistad. Y a la vez parece haber iniciado una oda a la oreja; nos dejó versos delgados y sutiles que prueban su maestría nítida en el arte de la melodía. "Maravillosa oreja / doble / mariposa / escucha / tu alabanza, / yo no hablo / de la pequeña oreja..."


¿Qué aportan estos poemas? No engrandecen su figura. O quizá sí. Sobre todo el cuarto. Pero tampoco la difuminan. El libro incluye otras dos aportaciones: copia de los poemas manuscritos, con escasas tachaduras, y un valioso conjunto de notas que contextualiza y aclara la lírica del escritor torrencial Neftalí Reyes.