El año del pueblo

Con la mirada puesta en las elecciones que se celebrarán en mayo y noviembre, y en esa recuperación de la que habla el Gobierno, los españoles encaran el 2015 con la esperanza en unos cambios que les devuelvan la esperanza y la confianza en el futuro.

1. Corrupción. Ha sido un año demoledor para la sociedad  que ha visto cómo la corrupción tocaba a todos sin distinción. En la imagen, 415.000 euros encontrados bajo un colchón en el apartamento en Salou de García Becerril, exgerente de Plaza.
El año del pueblo

Muere 2014 con la sensación de que al fin se cierra un año amargo y nefasto para la sociedad española marcado, de nuevo, por los escándalos de corrupción y una complicada situación económica, mientras espera con cierto escepticismo que le llegue a ella esa recuperación de la que tanto habla el Gobierno de Mariano Rajoy. Porque 2015 puede suponer un momento determinante para que los españoles recuperen el protagonismo, para que en un año electoral expresen su malestar por una clase política sumida en una profunda crisis de identidad, ahogada por los numerosos e incesantes casos de corrupción y rodeada de un profundo descrédito y hasta de un cierto desprecio general. Muere 2014, con la desaparición, también, de dos figuras fundamentales en la historia reciente de España: el fallecimiento de Adolfo Suárez y muy especialmente la abdicación del Rey Juan Carlos, después de 38 años de reinado y para salvar a la Monarquía de la crisis institucional que vivía en los últimos años. Su fin ha sido, también, el cierre formal a aquella España que trabajó sin descanso para llevar al país a la modernidad, impulsada por la unión de los políticos y liderados por una clase política muy diferente a la de este 2014. Un momento, aquel, que nos ha marcado y al que siempre se apela en las numerosas situaciones complicadas que se han atravesado desde la reinstauración de la democracia, en 1975.


El sociólogo de la Universidad de Zaragoza Pablo García Ruiz explica que "2014 ha terminado con lo que quedaba de la ingenuidad política de los españoles. Los casos de corrupción no han supuesto una novedad para casi nadie y desde hace años asistimos a un gotear de escándalos, trampas, abusos y engaños por parte de políticos y personajes públicos. Pero en estos últimos meses, algo ha cambiado en la percepción de la gente. Lo nuevo, lo distinto, es la sensación de que no queda uno sano. Probablemente no es verdad, pero la sensación está ahí. No es solo un partido (el de los otros, claro), no es solo un gremio, no es solo una excepción vergonzosa. La repetición de casos, la abundancia de detalles, de lugares y situaciones, las cantidades fabulosas que se manejan, llevan a pensar al ciudadano medio que todos los políticos son corruptos y que él mismo es idiota: por confiar en quienes no lo merecen, en quienes tienen en la boca el discurso de los valores pero solo persiguen su propio beneficio; por pensar que los de otro partido sí eran de fiar, y darse cuenta de que todos son de la misma pasta; porque a mí me sigue yendo igual de mal mientras que esta gente se apropia de lo ajeno y vive a mi costa y porque no veo qué esperanza me queda para mejorar mi situación".


La idea marcada por Pablo García tiene su desarrollo en la opinión de Jaime Minguijón, también sociólogo de la Universidad de Zaragoza, para quien asistimos a una triple crisis, económica, política e institucional; y en Felipe Gómez de Valenzuela, presidente de la Confederación Empresarial Española de la Economía Social (CEPES)-Aragón, que cree que "la sociedad española está enfadada con ‘el sistema’. Tiene la percepción de que le han engañado y que no han administrado bien la casa de todos"; mientras que el jesuita José María Segura destaca que "ya estamos siendo testigos de nuevas formas de política. El desencanto y hartazgo que cristaliza en el grito del “no nos representan”, un lema que apunta más allá de las urnas" y la politóloga de la UNED en Aragón Carmen Lumbierres explica que "el año 2015 va a servir de auténtico barómetro de hasta dónde está realmente en quiebra el sistema de partidos políticos en España. Las elecciones autonómicas y municipales de mayo, y sobre todo las legislativas de noviembre, serán la crónica definitiva, más allá de sondeos, del fin de ciclo político que ha venido manteniéndose en nuestro país desde la década de los 80. La combinación entre la crisis económica y la crisis política derivada de la corrupción corre el riesgo de llevarse por delante el sistema clásico de partidos".


Un millón de votos nuevos


Marcado por ese desencanto y enfado general, 2015 tiene en su mano el cambio hacia una sociedad política diferente, en gran medida ante la nueva generación que se incorpora a la urnas: si en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado mes de mayo fueron 963.040 quienes tenían derecho a voto por primera vez, el censo electoral aun sin elaborar para las generales podría suponer más de un millón de personas que en 2011 no lo hicieron, un suculento nido para las formaciones políticas, especialmente para las nuevas. Y, de entre ellas, Podemos surge como la aglutinadora del desencanto juvenil. Felipe Gómez de Valenzuela, cree que esta formación ha traído algo bueno, "ha hecho que los partidos se despierten y aunque están todavía desperezándose, ya miran por la ventana, aunque aun no se plantean que el cambio es más necesario y más profundo de lo que creen. Lo malo de Podemos es que no responsabiliza al ciudadano de sus acciones y todos somos responsables de una parte de los problemas de nuestra sociedad". "El vuelco electoral hacia otros nuevos partidos –sostiene Carmen Lumbierres– tiene que ser tan poderoso para que tenga reflejo luego en escaños, que es lo único que me hace dudar de su consecución. Podemos es la novedad, un exitoso proyecto orientado a canalizar a su favor el enorme descontento social, a imagen del partido 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia, y que corre el riesgo de tener el mismo escaso futuro. Ésta va a ser su legislatura, porque luego se harán más visibles sus debilidades: son muy buenos en el diagnóstico de la situación social pero con un programa político sin definir y sin cuadros medios. Sus continuas referencias a líderes heterodoxos como Hugo Chávez o Correa no juegan a su favor". Mientras los grandes partidos clásicos se deben renovar de una manera espectacular. "No solo un cambio de las caras públicas vistas hasta ahora, en especial en el PP, y sobre todo que confiesen todos sus asuntos vinculados a la corrupción, pidan perdón y se refunden con un modelo transparente y de rendición de cuentas, o los ciudadanos les darán la espalda", explica la politóloga. "Es verdad que el eje izquierda-derecha no va a ser el decisivo para el voto electoral, frente al de ciudadanía-élite, pero el impacto será menor en el PP, porque no hay más posibilidades para el votante conservador y lo sufrirá de manera más acusada el PSOE, por la fragmentación de la izquierda".


Curiosamente, entre las tres primeras opciones de voto del nuevo grupo de electores que se incorporará a las urnas ha estado siempre la de no votar. De hecho, son los más abstencionistas del conjunto de la población, y sus razones siempre han girado en torno a "la inutilidad" de su participación. Los más jóvenes han hecho suyo, incluso antes de que se acuñase, el eslogan del 15-M: "No nos representan". Casi la mitad de los encuestados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en noviembre de 2011 defendía que solo se debía votar si existía "una alternativa satisfactoria" (47,2%).


La corrupción


El sociólogo Jaime Minguijón hace un interesante análisis sobre un nuevo escenario, una nueva realidad en nuestro país en la que todos parece que estamos de acuerdo y que es la necesidad desterrar todo lo que nos sustenta por nuevas formas más limpias y fiables. "Aunque la corrupción ha irrumpido en los últimos años –dice–, como un elemento central en nuestra vida, quiero relativizar su importancia, en el sentido de que, desgraciadamente, siempre ha existido y nunca ha influido mucho en el voto (no hay más que ver el Levante del PP, la Andalucía del PSOE, pero ya anteriormente Gil y Gil, etc.). En este sentido, es más importante la desadaptación de los partidos tradicionales ante las exigencias de este nuevo escenario local y mundial. La gente estaba asentada en un mundo más o menos estable, más o menos justo, y se le derrumba a sus pies. Nadie les ha explicado las causas, ni por qué tienen que sufrir ellos de forma tan severa los cambios acaecidos. Solo ven cómo los partidos han ido sorteando los acontecimientos, haciendo muy poco por recomponer su situación. Y no podemos perder de vista que todo ello se produjo en un estado de ánimo de total descrédito de la política. Ya antes de iniciarse la triple crisis (económica, política e institucional) la gente desconfiaba mucho de los políticos y de los partidos, y eso aunque los veían como “un mal necesario” para gestionar la cosa pública. Por lo tanto, es importante recordarlo, ya antes de la crisis había dejado de confiar en su capacidad y en su honradez, aunque fuese a votarlos cada cuatro años (de hecho, el término ‘desafección’ es mucho anterior a la crisis económica)". Gómez de Valenzuela va más allá y puntualiza que "los españoles siempre hemos tenido un terrible defecto: que no tenemos conciencia de nuestras acciones individuales sobre el colectivo, “total por un poquito...”, con lo que roban otros...”. Entre los malos ejemplos y nuestra tradición individualista y poco dada a imaginarnos como parte de un todo, la corrupción se asemeja a un ‘ejército de termitas’ que esconde para el fisco (y por tanto para la sociedad) más de un cuarto del total de nuestra economía, lo que es una vergüenza colectiva, de la sociedad, de los ciudadanos y de cada uno de nosotros". Y pone en duda, además, la capacidad de la sociedad "para absorber los cambios. No es una provocación lo que digo, así lo pienso. Hemos cambiado, pero no lo sabemos todavía y sobre todo no sabemos cómo reaccionar".


Pablo García estima que los jóvenes no son muchos y no tienen un peso electoral suficiente para cambiar el sistema establecido. "Pesan mucho más otras categorías de votantes, sobre todo, muy especialmente, los pensionistas. Los jubilados, los que cobran una pensión tienen otra percepción de la situación. De hecho, son los menos afectados por la crisis económica. Su poder adquisitivo no se ha visto mermado y su conciencia política está anclada en el discurso anterior: yo voto a los míos y que me quede como estaba. ¿Van a seguir alternándose en el poder PP y PSOE? Dependerá del humor del tercer grupo de población: los que ya no son jóvenes, pero aún están en edad de trabajar. Unos tienen trabajo, otros, no. Todos ven las cosas bastante negras: muchos han vuelto los ojos hacia terceros partidos como UPyD o Ciudadanos. Pero no parece que estos se estén ganando los votos de los indecisos que buscan de quién fiarse. Probablemente, en este grupo, el gran incremento en las próximas elecciones se lo llevará la abstención". Y asegura que la gran pregunta para 2015 es "y, ahora, ¿de quién me puedo fiar?". Una cuestión sin aparente respuesta. Gómez de Valenzuela entiende que la sociedad "se está dando cuenta de la importancia de actuar colectivamente en problemas que son colectivos. Actuar de forma individual es impensable en muchos temas sociales, laborales, empresariales , pero necesitamos personas que crean firmemente que la gestión colectiva es un asunto de primer orden y que exige una implicación personal alta: nadie lo va a hacer por ti. La nueva generación tiene que encontrar su propio camino, lo tiene que hacer peleando, trabajando y sufriendo. Decirles otra cosa es engañarles".


Voto de castigo


Carmen Lumbierres puntualiza que el proceso de asunción de responsabilidades "será lento, como lo está siendo la asimilación de la crisis de confianza en la que se encuentran los partidos y predominará en los próximos años una gran inestabilidad política. Se percibe no solo en sondeos, sino en conversaciones con amigos, en la calle…, que la principal motivación de los ciudadanos es votar lo que sea en contra de lo ya establecido, pero el voto de castigo sirve para ganar pero ¿para gobernar?". La pregunta tiene su aquel. El sociólogo Jaime Minguijón hace una profunda reflexión acerca de ese análisis que desde hace años nos dice si no estamos ya ante un nuevo escenario, una nueva realidad en España que fue tomando cuerpo tras el 15-M y la aparición de diversas formaciones políticas, como Partido X, Podemos o Ganemos. En esa disquisición entre desterrar lo viejo antepone el crecimiento de movimientos sociales que sí están a la altura de la situación.


Y en medio de esta situación de desconcierto, dos personajes aparecen como protagonistas de 2015, como conductores obligados de los cambios y quizá a los pocos a los que se les mira con simpatía: el Rey Felipe VI y el Papa. Don Felipe ha marcado ya una nueva línea de transparencia en sus primeros seis meses como Jefe de Estado, próximo y austero, y ha reestructurado la Familia Real.


En lo referente al Papa, incluso para los no creyentes está significando un camino a seguir. Son constantes sus movimientos en favor de una total normalidad en temas hasta ahora tabú, como las cuentas del Vaticano o la organización de la curia, pero muy en especial se ha puesto al frente de la lucha conta los escándalos en una iglesia cerrada y opaca; se está empleando a fondo en acabar congraces problemas como la pederastia, acallados durante décadas, y se ha acercado a la realidad de la sociedad. Como detaca el jesuita José María Segura, "ha pedido acoger a los divorciados, a los homosexuales, a las mujeres que hayan abortado, a los jóvenes... Lo sorprendente y novedoso de los cambios es precisamente el hecho de que sea el Papa quien los lidere. En una organización que suele ser lenta por su estructura, los cambios no suelen venir ni de arriba ni de Roma sino más bien desde las periferias y de la base. Él está cambiando esto. Es el Papa del pueblo porque ha traído una primavera a la iglesia".