El CAI, congelado en los Pirineos

Análisis El equipo aragonés comparecía en Andorra avisado de la exigencia que encerraba la cancha pirenaica. Una advertencia que desoyó para regresar a la imagen más frustrante de un equipo que perdió la lucha por el rebote y tiró con enorme desacierto

El CAI, congelado en los Pirineos
El CAI, congelado en los Pirineos

Sinónimo de frío y nieve. El termómetro marcaba cero grados antes del inicio del partido y descendió hasta uno bajo cero a la conclusión del mismo. Un proceso extremadamente similar al que sufrió ayer el CAI Zaragoza. Concurría al choque con el ánimo disparado tras su brillante victoria contra Unicaja y, una hora y media después, enfiló los vestuarios con la frustración de haber dilapidado parte de sus opciones coperas y, sobre todo, de haber recuperado la peor versión del equipo, aquella que despierta desconfianza e incomprensión.


Pese a que los anfitriones son unos recién ascendidos a la máxima competición nacional, nadie puede escudarse en el factor sorpresa. Sabida y anticipada era la fiabilidad de los hombres de Joan Peñarroya en su pabellón. Allí habían caído anteriormente DKV Joventut, Laboral Kutxa y Herbalife Gran Canaria. Los aragoneses se incorporaron a esta funesta lista. Y allí ganaron sobre la bocina Valencia y Bilbao. Una muestra de la exigencia que llevaba adosada la empresa.


Un desafío en el que los jugadores de Joaquín Ruiz Lorente volvieron a fracasar. Desde el primer minuto hasta el último. Las ventajas sonrieron desde el inicio a los locales, que dominaron a su antojo el ‘tempo’ del encuentro. El 22-10 con el que finalizó el primer cuarto era la crónica descarnada y fidedigna de lo que había acontecido en el parqué. La distancia sideral entre un colectivo hambriento y concentrado y otro que había extraviado su espíritu combativo en el sinuoso viaje hacia el minúsculo país de los Pirineos.


Analizar los motivos que abocaron al CAI a este inexplicable tropiezo –por la contundencia con que se produjo– supone repetir un diagnóstico ya firmado a lo largo de la campaña.


Una vez más, se perdió la lucha por el rebote, tanto el defensivo como el ofensivo. Kaloyan Ivanov, Betinho Gomes y compañía impusieron su ley bajo los tableros. Los trece rechaces en ataque que capturaron –por siete de los aragoneses– constituyen trece segundas oportunidades para atacar el aro. Un regalo imperdonable y mortal de necesidad en la elite.


Capítulo aparte merece el nefasto porcentaje de acierto en el tiro. En los de dos, con 14 de 36, se acreditó un infame 38%, a años luz del 51,5% de la temporada. En los triples, el desplome no fue tan notorio, pero sí notable. El 31% (7 de 22) se quedó a cuatro puntos del 35% habitual. Incluso se erraron tres tiros libres de trece, cuando el CAI es la mejor escuadra en este apartado estadístico.


El enésimo mal día en la oficina fue generalizado. Pero algunos comparecen con más manchas que otros. Como Jason Robinson, intrascendente y negativo en los casi 28 minutos que permaneció en la cancha. Su valoración negativa plasma su accidente.


Tampoco es de recibo que cuatro jugadores se quedaran con el cero en su casillero de anotación. Fueron un desesperante –y desesperado– Kevin Lisch, Henk Norel, Pere Tomás y Joan Sastre.


Sin embargo, Joaquín Ruiz Lorente no se mostró tan crítico como en anteriores descalabros, aunque reconoció su descontento: "Me ha sorprendido. El otro día contra Unicaja estuvimos con otro espíritu. No sé si era por el hecho de jugar en casa, porque todos estábamos concentrados o porque hoy no hemos respetado al Andorra. Lo único que sé es que de ninguna manera hemos tenido el espíritu del otro día".