Arno Camenisch, fotografía minuciosa de la taberna

Xordica completa la trilogía del escritor suizo, que transcurre en las montañas de Los Grisones.

El escritor suizo que ha viajado por Aragón en varias ocasiones:Arno Camenisch.
Arno Camenisch, fotografía minuciosa de la taberna
Janosch Abel / Xordica

Las personas, la vida, las vidas: todo pasa deprisa, como las nubes, sin dejar rastro. Luego vienen otras vidas, otros hombres que son como los anteriores.

Es curioso: son siempre diferentes y son iguales. Ninguna nube es igual a otra, ningún nublado es como el anterior y, sin embargo, son todos iguales. De un cielo con nubes podemos guardar una fotografía: nos mostrará cómo se veía el cielo tal día a tal hora. Nunca hubo otro cielo exactamente igual: y es el mismo siempre.


En ‘Última ronda’, la novela que cierra la trilogía ambientada en las montañas de Los Grisones, el escritor suizo Arno Camenisch retrata a los habitantes de un pueblo pequeño situado en la cabecera del Rin. El ambiente es el mismo que nos mostró en ‘Detrás de la estación’, la segunda novela de su trilogía. La acción transcurre en el Helvezia, el bar de la localidad. El negocio va a cerrar sus puertas para siempre. Los parroquianos se juntan para beber y para hablar. Las conversaciones son como las de cualquier taberna.


Un poco más nostálgicas quizá. Es de noche. Llueve. Hace días que llueve. Llueve y llueve sin parar. Hay melancolía. El invierno se hace eterno. Se maldice la lluvia. Se maldice el monte que priva de sol al pueblo durante las semanas más crudas del invierno. Se recuerdan viejas tragedias, aludes, desprendimientos de rocas que sepultaron casas. Se evocan los nombres de los difuntos. Poco a poco la conversación se va llenando con un listado de personas que ya no están.


Arno es escueto. Escribe como lo haría un notario con prisa. Precisión de palabras, avaricia –ausencia, más bien- de descripciones. Transcripción de conversaciones con frases breves, inconexas, cargadas con frecuencia de malicia. Ningún difunto suscita un comentario piadoso. Ninguna muerte fue gloriosa, ni siquiera digna. No hay grandeza en nada. No existen esos cielos espectaculares, con nubes luminosas, que aparecían en los frescos barrocos: son solo nubes que pasan, nublados que descargan aguaceros y se van. Todo es vulgar. Los parroquianos beben y fuman sin parar. Critican al que se ausenta en cuanto deja el local. Son crueles en los comentarios. Nadie parece esperar nada. Camenisch cita cada jarra de cerveza, cada cigarro, cada chorro de aguardiente, cada pequeño movimiento, cada palabra insignificante. Lo son casi todas. Pero no lo es el momento.


Algo está acabando. La larga lista de los que se han muerto, con su acompañamiento de miserias, parece reclamar ya los nombres de los que beben aquella noche en un bar que está a punto de cerrar para siempre. Todo tiene un aire de despedida. El mundo que se está despidiendo es el de gente que recuerda viejas historias conocidas por todos, historias de debilidades, de miedos, de trampas, todo pequeño, cotidiano todo y todo recordado mil veces. Es el mundo de los recuerdos de la mayor parte de la gente. No solo de los que viven en una aldea de las montañas suizas que ve cómo desaparece una forma de vivir. El libro se cierra con recuerdos de vendavales, de grandes tormentas, con evocaciones del temor inspirado por las fuerzas desatadas de una naturaleza que amenaza con destruir al hombre. Pero tras la evocación se vuelven a llenar las jarras de cerveza, se piden más botellas de vino, más aguardiente. Continúa lloviendo. La noche es oscura.


‘Última’ ronda es una fotografía minuciosa, detallada del cielo nublado en un momento concreto, un momento de recuerdos: y los que hablan parecen estar recordándose ya a ellos mismos. Porque son iguales. Hablan de otros y son ellos. Las nubes que pasan, siempre diferentes y siempre las mismas.