TERREMOTO EN HAITÍ

"Esto es el fin del mundo"

"Esto es el fin del mundo". Lo dijo una mujer que sobrevivió al derrumbe de su casa en uno de los cerros que se elevan cerca de Puerto Príncipe. Pero la frase podía ser suscrita por los millones de haitianos que en la tarde del martes vivieron como el infierno emergía desde las profundidades de subsuelo de la isla para destruirla.


Una enorme nube de polvo cubrió lo que minutos antes era una vista amable de edificios y viviendas de la capital haitiana, perpetuamente asomada al Caribe. Cuando se disipó la cortina de partículas flotantes los tres millones de habitantes de la ciudad toparon de bruces con la realidad, materializada en una mezcla de destrucción, dolor, pánico e incertidumbre.


Los supervivientes se dedicaron a tratar de atisbar un signo de vida de los suyos entre las ruinas de lo que se supone eran sus hogares. Fue el caso de un joven que no se encontraba en casa cuando se produjo el temblor. Llegó en su coche y no pudo descubrir nada que le permitiera descubrir dónde estaba su piso. Se encaramó a estructuras que aún mantenían un equilibrio que parecía imposible, sorteó a un vecino que tiraba de un pie que sobresalía de los escombros y se sumió en un mar de llanto. Nadie sabía nada de sus allegados. De la vivienda no quedaba "nada, nada, nada...".


La escena se volvía a rodar a cada esquina y se difundía al mundo gracias a los internautas. La red de redes fue lo único que sobrevivió al choque subterráneo de las placas tectónicas Caribe.


Concretamente Twitter fue la vía para exportar la desgracia. "Otra réplica la gente grita y se asusta, y va hacia el estadio mucho cántico y rezos en grandes cantidades", decía un adolescente a sus compañeros del espacio social más popular entre la juventud de todo el mundo.


Gracias a Internet se pudo conocer de inmediato que la tragedia golpeó a la misión de la ONU. Su sede, de cinco plantas, colapsó completamente. Bajo sus escombros se dan por desaparecidos a un centenar de trabajadores. Cerca se encontraba Henry Bahn, funcionario del Ministerio de Agricultura de Estados Unidos, de visita en la isla. "El cielo se tornó gris" y después todos nos quedamos "aterrorizados y atónitos", dijo. Otro extranjero, el jefe de la Delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja, Ricardo Conti, explicó que la gente trataba de "consolarse los unos a los otros. Lo que se escuchaba por las calles eran oraciones de agradecimiento de los que habían sobrevivido".

Hospitales colapsados

Todos los testimonios redundan en un panorama dantesco y parecen coincidir en que no hay remedio humano para tamaña herida. "Los hospitales no pueden lidiar con todas esas víctimas. Haití necesita orar. Todos tenemos que orar juntos", decía Louis-Gerard Gilles, médico y ex senador, captado por las cámaras de televisión mientras ayudaba a supervivientes. "Somos débiles. Hay gente muriendo allá afuera", añadió el periodista.


Sus palabras fueron confirmadas por Freddy Cuevas, miembro de Fundavidas, una ONG dominicana contraparte de la Fundación Anesvad que trabaja en la ciudad fronteriza de Jumaní. Vía telefónica aseguraba ayer que desde el país vecino llegan miles de heridos en camiones y furgonetas. Puerto Príncipe está a dos horas por carretera. "El centro está tan abarrotado que desplazamos a los heridos hacia el interior de nuestro país, a otras instituciones de Santo Domingo o Barahona", manifiesta Freddy.


Puerto Príncipe no tuvo la exclusiva de la devastación y la desgracia. En Fond Parisien, un paraje rural cercano a la capital, el hundimiento de una mina dejó a decenas de trabajadores atrapados. "Todo el mundo temblaba. Era como un baile. La gente salía de los vehículos, corría y gritaba", relató Jesús. El superviviente aseguró que la "carretera se abrió por la mitad" ante él. Impotente ante la furia de la naturaleza, se encomendó al altísimo: "Soy cristiano y creo en Dios".