DEPRESIÓN Y ANSIEDAD

Epidemia de tristeza

Epidemia de tristeza
Epidemia de tristeza
VÍCTOR MENESES

"No podía respirar y el corazón se me salía del pecho. Luego me entró un hormigueo en el brazo izquierdo. Pensé que era un infarto, pero en realidad era un ataque de ansiedad producto del estrés. Nunca lo he pasado tan mal en mi vida". Sergio F. tiene 47 años y vive en Zaragoza, pero sufrió el primero de muchos ataques de ansiedad en Madrid, donde trabajaba como creativo en una empresa de publicidad. "El médico me dio la baja por estrés y me recetó ansiolíticos. Me recomendó tranquilidad, pero yo no podía estarme quieto, mi trabajo pende de un hilo, al primer fallo que haces acabas en la calle".

Tras sufrir varios ataques de ansiedad o de "terror", como los denomina Sergio, llegó un momento en que todo parecía carecer de sentido: su trabajo, al que tantas horas había dedicado, su familia e incluso su vida entera. "Tenía una depresión de la que me ha costado mucho salir. Ahora me doy cuenta de que puse tanta carne en el asador, que acabé quemado". El caso de Sergio, que hasta hace varios años parecía un hecho excepcional en la tranquila cultura mediterránea, se ha convertido en un común denominador de la sociedad occidental, como demuestran los últimos datos del Salud sobre el consumo de ansiolíticos y antidepresivos en Aragón.

Desde el año 2000, el número de recetas de medicamentos contra la depresión ha aumentado un 70,30%. Si en el año 2000 se vendieron 524.270 cajas de antidepresivos en las farmacias aragonesas, en 2008 el número ascendía a 892.852. Por su parte, el consumo de ansiolíticos ha aumentado en estos últimos nueve años un 28,4% y en 2008 se recetaron hasta 1.488.750 cajas. En el primer semestre de 2009, el consumo ha subido un 2,5% más en el caso de los antidepresivos y un 5,4% en el de los ansiolíticos.

"No se trata de un hecho aislado que solo afecta a Aragón. El consumo se ha disparado en España y el resto del mundo en los últimos 15 años". Javier García Campayo, desde su consulta de psiquiatría en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza ve cómo las visitas al especialista para tratar trastornos de ansiedad y depresión aumentan cada día. Y la tendencia crece de manera imparable. "Cada vez hay más presiones, más cargas que sobrellevar, hasta que el estrés se hace insoportable", señala el psiquiatra. Cuando la tensión es excesiva, la persona se rompe. Unas veces, la consecuencia es el ataque de ansiedad. Otras, la depresión. Ambas patologías no siempre van unidas, aunque en algunas personas la ansiedad es un aviso de que la depresión está a punto de instalarse.

MIEDO A NO DAR LA TALLA

"Estamos más ansiosos y deprimidos ahora que hace unos años", corrobora Nuria Cruz, psicóloga del Instituto Aragonés de la Ansiedad, gabinete donde se tratan estos trastornos. "La sociedad cada vez exige más y es más difícil llegar al nivel que se nos pide. A veces la exigencia es palpable, por ejemplo notamos que en nuestra empresa nos 'aprietan más las tuercas', pero otras veces es una presión social, de alcanzar un estatus, lograr una meta… eso nos obliga a ser más capaces y competitivos. Cuando notamos que no estamos a la altura, nos entra el miedo".

La ansiedad es una reacción natural ante una situación de estrés excesivo. Como explica Nuria Cruz, "es una respuesta innata en los seres humanos y no siempre es mala. A veces, nos ayuda a defendernos de una situación de peligro. Si viene un coche a toda pastilla, reaccionamos de manera ansiosa y salvamos nuestra vida. La emoción nos ha hecho movernos más rápido. También puede ser buena la ansiedad ante un examen, si el miedo a suspender nos hace estar más activos y aumenta el nivel de alerta".

Sin embargo, de manera cada vez más frecuente, la ansiedad se presenta ante hechos que no requieren una respuesta tan agresiva. "Siguiendo el ejemplo del examen -continúa Cruz-, si colocamos toda nuestra valía en esa prueba y sentimos que toda nuestra integridad depende de ese aprobado, la situación nos generará tal pánico que podemos sufrir un ataque".

García Camayo advierte de que, para que una depresión sea diagnosticada, es necesario que el paciente pase al menos dos semanas sin fuerzas ni ánimo suficiente para cuidar de sí mismo. "No tiene nada que ver con ese síndrome posvacacional del que tanto se habla por estas fechas ni con estar 'de bajón' por haber tenido un disgusto. Esa es la gran diferencia entre un trastorno depresivo y un estado de ánimo normal. A la gente se le olvida de que, a veces, estamos simplemente tristes".

UN PROBLEMA EN AUMENTO

La Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS) alertó el pasado año de que el 15,5% de los españoles consume antidepresivos o ansiolíticos. La tasa supera la media europea, situada en el 12,3% y solo un país, Francia, arroja una cifra mayor, con un 19,2% de la población. El SEAS también da otro dato alarmante: en 2008, un 5,9% de la población sufrió un ataque de ansiedad y el 12,5% la padecerá en algún momento de su vida.

"Nuestros padres y abuelos tenían menos patologías psicológicas. Por su cultura, están más preparados que nosotros ante los reveses de la vida y en general aceptan las cosas tal y como vienen", explica el psiquiatra García Campayo. "Esa cultura ha cambiado y ahora pensamos de diferente manera. Por eso, en los últimos años se han dado más casos de depresión y lo peor es que va en aumento, las futuras generaciones la padecerán cada vez más". Los psiquiatras han ilustrado el problema en cifras: tres de cada diez españoles sufrirá un trastorno depresivo a lo largo de su vida. Según la psicóloga Nuria Cruz, la situación podría agravarse con la crisis económica. "Con los problemas actuales, aumenta la presión y hay todavía más exigencia para conservar un empleo. Y los ciudadanos tienen cada vez más miedo a perder su trabajo. Tanto, que acaban enfermando".

La ansiedad puede derivar, además, en otras patologías. Además de la depresión, aparecen las fobias, hipocondría o trastornos obsesivos. Francisco (nombre ficticio para proteger su anonimato), sufrió durante años una fobia social que le impedía relacionarse con los amigos y le llevaba a encerrarse en casa. Ahora, forma parte de la Asociación Aragonesa de Trastornos de Ansiedad (ASATRA), un grupo de autoayuda que trabaja de manera desinteresada para atender a las personas que pasan por problemas similares. Con la ayuda de una psicóloga, que acude una vez al mes para proponerles ejercicios y controlar su progreso, aprenden a identificar los pensamientos negativos y los hábitos erróneos que les han llevado durante años a sufrir situaciones de pánico.

Uno de los miembros de esta asociación sufrió, tras varios ataques de ansiedad, una depresión. "Todo comenzaba con algo cotidiano, por ejemplo que mi hijo cogiera el coche un fin de semana. La preocupación de que le sucediera algo malo, un accidente, se fijaba en mi cabeza y crecía y crecía, sin que yo pudiera pararlo, hasta que sufría un ataque de ansiedad. Después, llegó la depresión". En ASATRA, los socios aprenden a afrontar de otra manera el día a día, a ganar en personalidad y, sobre todo, a escucharse a uno mismo. El grupo se reúne los jueves de 18.00 a 20.00 en el centro Sánchez Punter, del barrio de San José y atiende a los nuevos socios en el teléfono 687 477 669.

"Aquí aprendemos a encontrar un espacio para nosotros mismos. Sobre todo, a escuchar nuestro interior", resume Francisco. "El ritmo de vida de la sociedad actual es tan rápido, te presiona tanto, que llega un momento que te quita tu propia personalidad, no sabes quién eres".

Es la sociedad que Carlos Marx calificaba de 'alienante' por la destrucción de la persona y que cuanto más compleja y tecnificada se vuelve, más patologías psicológicas provoca. El psiquiatra Javier García Campayo advierte de que crecerá el malestar y habrá más casos de ansiedad y depresión si la sociedad no cambia su modo de pensar. "Hay que adaptar las expectativas, ser feliz con lo que tenemos. Por mucho que cambie nuestro trabajo o tengamos una casa más grande, si no somos felices ahora, no lo seremos nunca". Por eso, para García Campayo, la crisis puede ser una salida a esta situación. "A la consulta llega gente afectada porque ha perdido casi todo lo que tenía después de años endeudada. Y al salir, confiesan que realmente no necesitaban todo eso, que en ningún momento les había hecho felices. Más bien, les había causado infelicidad".