MISTERIOS DE ZARAGOZA

El niño de la Casa del Duende

Las voces que se oían en un edificio de Zaragoza sobresaltaron a la ciudad en 1934. El pequeño que habló con el duende tiene hoy 78 años y aún lo recuerda

Mucho se ha hablado de las causas, y muchas voces, aparte de la del propio duende, han dado su versión de lo sucedido. Pero el único que puede dar fe del fenómeno es Arturo, el pequeño de siete hermanos, que un día llamó chalado al duende y que, en sus propias palabras, fue contestado por una misteriosa voz: "Chalado, no, pequeño". Tomando un descafeinado en el bar de al lado, donde aún conservan una foto del antiguo inmueble, Arturo evoca pasajes de finales del 34 y principios del 35, cuando los zaragozanos abarrotaban la zona para ver si lograban escuchar algo de los enigmáticos parloteos que salían del 'edificio encantado'.


"No se podía vivir. Nuestra casa parecía una verbena. No había colegio, ni vida", recuerda. Y añade que, cuando la familia que habitaba el segundo derecha se marchó -su criada fue acusada de provocar los extraños sonidos en un caso inédito de ventriloquia-, los Grijalba, que vivían en el piso superior, se mudaron allí. "Antes, habíamos oído las risas, porque solo estábamos tres familias en el bloque. Cuando llegamos a la nueva casa -rememora Arturo-, empezamos a escuchar algo. Mi padre llamó a la Policía y me acuerdo de una voz varonil que decía: 'Cobardes, cobardes". Entre otras conversaciones mantenidas por este peculiar espíritu, Arturo rememora momentos como cuando se apagaba la luz y se oía: "Luz, que no veo" o el saludo matinal, al abrir la puerta de la cocina: "Buenos días, camarada". Por la noche, era harina de otro costal. "Entonces, se callaba -comenta Arturo-. Y, si no le preguntabas, no contestaba. Tenía respeto". En una ocasión, el padre de Arturo preguntó: "¿Cuántos estamos en la casa?". Y el duende contestó: "13". Al replicarle que eran doce, la voz gritó: "¡No, 13!".


Hubo muchos intentos por identificar qué o quiénes estaban detrás del duende. Levantaron el tejado, para ver si había cables, y un albañil quiso tirar la chimenea. Pero, cuando estaba tomando medidas, la voz volvió a aparecer: "No se moleste, son 78 centímetros", emula Arturo. Entonces, el albañil dejó todo, paquete, sacos y un pozal, que ya se quedarían en el hogar de los Grijalba, y nunca volvió.


Según el relato de Arturo, la voz dejó de sonar un día de 1935 y nunca más se supo. Años después, el edificio también desaparecería para siempre. Pero no los rumores y las especulaciones. Por eso, Arturo se queja de que la historia se ha deformado con los años y cree que, en este asunto, "todos fracasaron". Para él, no fue ni una cuestión de ventrílocuos ni una gamberrada. "No era nada físico", considera. Porque tanto para Arturo, que lo vivió en primera persona, como para muchos zaragozanos, que siguen hoy acordándose de la historia, siempre será cuestión de duendes. Al menos, de uno.