Hay algo en la Antártida...

Se cumplen 30 años del comienzo de las misiones científicas en la Antártida, tres décadas de unión entre científicos y militares en un paisaje que atrapa corazones y mentes. Historia de éxito que une para siempre a los que forman parte de ella.

El silencio se suma al blanco de la nieve y el añil del cielo. La Antártida atrapa con su paisaje. En la foto, el comandante Daniel Vélez.
El silencio se suma al blanco de la nieve y el añil del cielo. La Antártida atrapa con su paisaje. En la foto, el comandante Daniel Vélez.
David Salvador

La primera expedición antártica de la que ahora se cumplen 30 años solo fue posible gracias al ingenio y capacidad de improvisación de los españoles. Un talento imaginativo que nos caracteriza y que, por desgracia, nunca sale en listados de la Unesco, la ONU o PISA. Pero que es más que vital para sobrevivir en un mundo cambiante y, aceptémoslo, caprichoso.

Si el sueño de la Antártida es ahora una realidad fue gracias a una tarjeta de compra de El Corte Inglés, un pacto con un Gobierno rival y la vista gorda de un trabajador del puerto de Vigo. El embajador Antonio de Oyarzábal lo recordaba hace unos años, en un escrito que rememoraba ese frenético año 1986, cuando a España se le echó el tiempo encima y tuvo que improvisar una base científica, requisito indispensable para formar parte del Tratado Antártico y tener ciertos derechos sobre ese continente helado. Hasta entonces, nadie hacía mucho caso, "la Antártida era, para la mayoría de responsables políticos y científicos españoles, un vago y distante concepto donde no se nos había perdido nada", reconocía Oyarzábal. Hasta que llegaron las prisas, la necesidad de estar allí al año siguiente. Se decidió que la primera base, que se llamaría Juan Carlos I, estaría en la península de Livingstone, hacía falta entonces comprar los materiales del primer refugio y llevarlos hasta allí para montarlos.

En esa España de largas trabas burocráticas, resultaba imposible recibir el dinero antes de que se agotaran los plazos. Pero era vital comprar ya los contenedores finlandeses que harían las veces de refugio, costaban 25 millones de pesetas (150.000 euros), y Oryazábal tuvo que tirar de agenda y hablar con un amigo, quien le propuso cargar la factura a su propia tarjeta de compra de El Corte Inglés. Una especie de apaño español, del tipo de "tú paga ahora y luego ya echamos cuentas". Solucionado ese primer problema, el ingenio fue fundamental también para el siguiente: había que recoger los contenedores de Finlandia, hacer escala en España para cargar más material, viajar hasta la Antártida, descargar, montar... Solo gracias a la relación atípica entre el CSIC y el organismo antártico de Polonia fue eso posible. Una Polonia todavía comunista, que ayudaría a un país que hacía solo diez años aún era franquista. Pero el acuerdo se consiguió con mucha imaginación, encuentros entre amigos y la promesa, literal, de que España pagaría la gasolina.

Tantos esfuerzos, sin embargo, a punto estuvieron de irse al traste cuando la expedición descubrió en Vigo que no contaba con los permisos perminentes para embarcar bombonas de gas butano en el barco polaco. Fueron necesarios más tiras y aflojas para que el trabajador del puerto, "por esta vez", hiciera la vista gorda.

Quien haya vivido en el extranjero, en países como Alemania, Reino Unido o los admirados países nórdicos, sabrá que esos tres pequeños milagros, el de la tarjeta de compra, el acuerdo con Polonia y la ayuda del trabajador del puerto, no hubieran sido allí posibles. Que ese arte de la imaginación y de la improvisación tan español no es un defecto, como nos intentan convencer, sino una de las mayores virtudes. Forma parte de una calidez humana que llevamos con nosotros, que brota en el momento más inesperado, y que nos hace ser apreciados. Que se lo digan a la aragonesa Brigada de Caballería Castillejos II, en sus misiones en Bosnia, Kosovo, Líbano, Iraq o Afganistán. Cómo la afabilidad aragonesa y española hizo a nuestros militares indispensables para unir a serbios, croatas y bosnios en acuerdos en Mostar. Fue la única unidad en la que confiaban serbios, bosnios y croatas. Porque nuestros soldados combinaban la gran preparación táctica y los años de experiencia con esa empatía para entender que el otro está en un apuro. De hecho, nuestros soldados en el Líbano son de los pocos de las unidades internacionales que meten juguetes en el petate. Para los niños de los pueblos cercanos a la base de Marjayoun, que ven a los soldados españoles como amigos que vienen a ayudar.

Treinta años después, la filosofía del "hoy por ti, mañana por mí" ha dado sus frutos. A aquel primer esfuerzo de funcionarios y trabajadores se unió el del personal científico y militar. Ahora, con una unión irrompible, la misión antártica, tan aragonesa, es uno de los hitos de la España reciente. Felicidades.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión