Hijos desobedientes: entre el castigo y el refuerzo positivo

Conforme crecen, los hijos buscan su propia identidad, su personalidad y autonomía, y en esa búsqueda tropiezan con la autoridad de los padres.

Es más eficaz motivar y reforzar la conducta deseada que castigar.
Es más eficaz motivar y reforzar la conducta deseada que castigar.
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Si tus hijos son desobedientes, es mejor que no pienses en los milagros: la educación es un proceso largo y complejo; aunque tampoco hay que desesperarse. Pero... ¿por qué no obedecen? Las causas son variadas, personales e intransferibles –no existen dos niños iguales–. Los psicólogos alegan cierta inmadurez emocional del niño, desfase entre el ritmo personal del chico y el de sus padres, retraimiento, exigencia de autoafirmación...

En busca de su propia identidad

Conforme crecen, los hijos buscan conformar su propia identidad, su personalidad y autonomía, y en esa búsqueda tropiezan con la autoridad de los padres; las normas se convierten en imposiciones, y surge el rechazo, muchas veces, frontal y desmedido. Los padres también aportamos nuestro granito de arena en este proceso y, en ocasiones, llevados por el sentimiento de culpa –a veces no les prestamos toda la atención que necesitan– hacemos concesiones que perjudican seriamente su educación; también es cierto que los hay excesivamente autoritarios e intransigentes y confunden el régimen familiar con el cuartelario.

¿Poli bueno, poli malo?

Establecer hábitos, rutinas y normas de obligado cumplimiento es primordial para lograr unas buenas pautas de conducta, por eso debemos evitar a toda costa esa bipolaridad tan frecuente que convierte a los padres en el ‘poli malo’ y el ‘poli bueno’ de las películas; estas posiciones, al final, suelen degenerar en el enfrentamiento de la pareja y siembran desconcierto e incertidumbre en los hijos. Siempre es mejor llegar a un acuerdo: pactar el modelo para educar.

Los niños deben comprender que las normas han de cumplirse porque son buenas y necesarias para la convivencia de la familia, y para ello se impone el diálogo por encima del castigo, aunque este, lamentablemente en demasiadas ocasiones, sea ineludible.

Mejor motivar que castigar

Los psicólogos argumentan que los padres tendemos a utilizar el castigo como un modo de escarmiento ante un mal comportamiento de los hijos. Si hacen algo malo... deben sufrir las consecuencias. Pero, al pensar así, olvidamos el objetivo principal del castigo, que es educar, enseñarles a portarse adecuadamente y no darles su merecido, vengarnos y aliviar nuestra ira. Por eso, el castigo debe ser excepcional –no podemos castigar al niño cada cinco minutos–; moderado y proporcionado pero firme –si el castigo prometido no se cumple seremos incoherentes–. Aunque es mucho más eficaz motivar y reforzar la conducta deseada que castigar o sancionar la inadecuada.

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