A las puertas del infierno blanco

El zaragozano Javier Zardoya narra para Heraldo.es su viaje al Polo Norte Geomagnético.

Imagen de Siorapaluk, a las puertas del infierno blanco
Imagen de Siorapaluk, a las puertas del infierno blanco
J. Z.

Para los antiguos vikingos el infierno era blanco. El fuego y 'Belcebú' no habitaban en él; sólo existía hielo y desolación. Su entrada se encontraba en el lugar hacia donde nos dirigimos: el estrecho de Nares. Este corredor separa Groenlandia, la isla más grande del mundo, de América del Norte.

El Ártico escupa gran parte de su hielo a través de él. Cruzando su banquisa helada huyendo quizás del hambre o buscando nuevos territorios de caza llegaron sus primeros pobladores procedentes de Asia. Hoy sus descendientes siguen habitando estos territorios remotos.

Lo comprobamos en la población de Qaanaaq, última población de entidad al sur del Gran Norte. El pueblo, con sus típicas y coloridas casas de madera, se extiende sobre una ladera arenosa bajo un monte resguardado de los vientos. En sus inmediaciones crece la hierba en la que retozan los preciosos perros groenlandeses, atados y aburridos mientras esperan el invierno. De vez en cuando se pelean entre ellos solo por huir de la rutina y arman sonoras escandaleras que se asemejan a una manada de lobos.

A un centenar de metros de Qaanaaq echamos el ancla. A pesar de que dispusimos un turno corrido de guardias, el fuerte viento que se levantó provocó que un pequeño iceberg a la deriva chocase contra el barco. Durante unos minutos estuvo envistiendo y clavándose bajo el francobordo, armando un sonoro estruendo y despertándonos a todos. Finalmente dejó de guerrear y se alejó tranquilamente flotando, dejando alguna abolladura más que añadir a las muchas que ya ostenta el Northabout.

Cuando amainó el viento y repusimos víveres seguimos rumbo norte hasta el fiordo Robertson. Allí resiste a la vera de una playa la población de Siorapaluk, el asentamiento habitado más al norte de Groenlandia. Entre sus poco más de dos calles vimos a algunos de los últimos cazadores de focas. Sus informaciones sobre el estado del mar nos serán de utilidad los próximos días.

El Estrecho de Nares permanece prácticamente helado todo el año. Aun en esta época de verano ártico en la que nos encontramos, en sus latitudes más altas sigue todavía bloqueado. Las fuerzas de la naturaleza convierten sus aguas en una sopa helada repleta de icebergs gigantescos y trozos helados de banquisa polar a la deriva. Cada día cambia, en función del viento, las temperaturas y las mareas. Es un laberinto por el que esperamos navegar de ahora en adelante del que conocemos la entrada, pero del que ignoramos su recorrido y si finalmente dispone de una salida. Es un juego al todo o nada al que vamos a jugar los próximos días. Las previsiones climáticas de que disponemos son inmejorables. Sólo necesitamos una oportunidad del hielo para desafiar al infierno blanco con el Northabout. La batalla ha comenzado.

Diario de Javier Zardoya

1. Arranca la aventura hacia el gran norte

2. Primeros problemas en la aventura

3. El heroico Northabout

4.- Rumbo al reino de los hielos

5.- Navegando entre icebergs

6.- Artic delicatessen

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