Campamentos de verano: el síndrome de la nostalgia

A partir de los 6 años, la mayoría de niños ya están preparados para superar con éxito este tipo de experiencias y conviene no ceder ante sus insistentes y lastimeras llamadas de 'rescate'.

En realidad, ellos lo están pasando fenomenal y nosotros debemos eliminar de nuestro ánimo cualquier atisbo de culpabilidad.
En realidad, ellos lo están pasando fenomenal y nosotros debemos eliminar de nuestro ánimo cualquier atisbo de culpabilidad.
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Con el corazón en un puño. Así se quedan muchos padres tras recibir la primera llamada de sus hijos, llorando como descosidos, desde el campamento de verano. Y es que, en estas circunstancias, y sobre todo si es la primera vez que los pequeños salen de casa, la nostalgia suele causar estragos en ambas direcciones.

A partir de los 6 años, la mayoría de niños ya están preparados para superar con éxito este tipo de experiencias. En el campamento van a convivir en un entorno y con personas diferentes; tendrán que reaccionar y adaptarse a situaciones diversas; y ya sabemos que a los niños los cambios les inquietan y les ponen muy nerviosos. Pero, y aunque sean tímidos, tendrán que acostumbrarse; además, debemos pensar que están en el lugar adecuado para aprender a desarrollar sus habilidades sociales y ganar en independencia, autonomía y autoestima personal. Así que... calma.

Llamadas lastimeras de rescate

Normalmente, estos furibundos ataques de nostalgia suelen producirse cuando el niño se encuentra en sus ratos libres en el campamento, sin realizar actividades, o a punto de acostarse. A los 5 minutos, ya están otra vez tan contentos y del recuerdo de los padres no queda ni rastro.

Los expertos recomiendan llamar a los chicos por teléfono cada tres días –si el centro o campamento lo permite–, nunca a diario, pues podrían estar más pendientes de la llamada que de jugar con sus compañeros.

Y no hay que dejarse vencer por la pena, cuando al otro lado del teléfono escuchamos esas lastimeras llamadas de rescate: «Papá, por favor, sácame de aquí».

Ante las dificultades, los chavales se rinden fácilmente y –si no existe una razón poderosa que lo justifique– debemos animarles a que continúen allí, disfrutando con sus amigos, pero sin caer en chantajes emocionales del tipo: «Si te quedas, cuándo regreses te compraremos...». La verdadera recompensa es la experiencia que están viviendo.

Proceso de adaptación

En realidad, ellos lo están pasando fenomenal y nosotros debemos eliminar de nuestro ánimo cualquier atisbo de culpabilidad. Y todavía nos queda el consuelo de el ‘día de los padres’. Además, parece de sentido común pensar que, si realmente existe algún problema serio, los responsables del campamento serían los primeros en contactar con nosotros. Pero si ante cualquier comentario de tu hijo te asaltan las dudas y así vas a quedarte más tranquilo, llama e infórmate sobre su proceso de adaptación.

Y si, por esas casualidades de la vida, la cosa es seria –no come o sufre depresión– y tuvieras  que llevártelo a casa, no permitas que tu hijo se sienta fracasado. No pasa nada, seguramente todavía no está preparado para esta experiencia y tenemos todo un año entero por delante para motivarle y que vuelva a intentarlo el próximo verano.

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