Una historia inacabada

Hace unas semanas tuve una pesadilla en la que un ataque informático devastaba nuestra forma de vida. En el sueño, rápidamente, nos poníamos en manos del hermano que mejor nos podía organizar para reaccionar con serenidad y eficacia. No había comunicaciones físicas ni virtuales y nos enfrentábamos a la necesidad de recuperar prácticas pretéritas como el acarreo de agua, la crianza de animales y el cultivo del huerto. Aún no me había olvidado del sueño cuando, el viernes pasado, todos vivimos unas horas de desasosiego al desatarse un ataque informático que, a estas alturas, tras afectar a un centenar de países y lanzar unas cien mil acciones, todavía no se sabe quién ha provocado. De paso, nos ha recordado que somos mucho más vulnerables de lo que suponemos.

Soy reacia a los catastrofismos y, pese al mal sueño y a la cibercrisis, creo que la humanidad, aunque haya dado a veces muestras de lo contrario, camina en general hacia adelante.

Poco antes de esta última incertidumbre, el pasado 6 de mayo, fallecía uno de los grandes hispanistas británicos, Hugh Thomas, a quien los españoles debemos el primer libro imparcial sobre nuestra guerra civil, “The spanish Civil War”, publicado en 1961, que llegó a vender un millón de ejemplares. Pero si le debemos tributo por su excelsa dedicación a nuestra historia, sobre ésa y otras épocas, también por su siempre actual ‘Una historia inacabada del mundo’ (1979). En él, Thomas recorre la evolución de la humanidad desde que se hace sedentaria y comunitaria e idea divinidades, hasta el siglo XX, pasando por las distintas revoluciones urbanas, intelectuales o industriales. Entre sus más hondas conclusiones, refleja que uno de los grandes cambios contemporáneos es que, en gran parte del mundo, hoy, se puede vivir y morir sin religión.

Sin religiones, de acuerdo con los viejos cánones. Pero la realidad es que a una fe le sustituyen otras nuevas, no necesariamente mejores ni más liberadoras. Sin duda, la fe en la tecnología es una de ellas. No hay más que pararse un momento y pensar cuánto tiempo pasamos conectados cada día y, sin darnos cuenta, cuánto ‘ruido’ y esclavitud hemos metido con ello en nuestras vidas.

Esta nueva religión nos ha atrapado con su mejor cara, llena también de ventajas como llevar el saber a todos los rincones del mundo. Pero, dada la tendencia del ser humano a dejarse llevar por la facilidad y el menor coste posible, en lo físico y en lo intelectual, demasiado a menudo, nos quedamos con las comodidades y no con el precio del conjunto. Así, hoy, somos la generación que más lejos vive, por ejemplo, de las fuentes de alimentación y un ‘ransomware’ (‘paga o destruimos tus datos’) como el del viernes nos pone frente al espejo de nuestras debilidades.

Si así es en lo mayor, no menos en lo cercano. Estos días, desde Aragón, asistimos atónitos a los mandatos de otras religiones contemporáneas a propósito de la central térmica de Andorra. Por un lado, la del dinero: como no es rentable y a Enel no le salen las cuentas, que se cierre. Por otro, como contamina, desde los parámetros ecologistas también se ha sentenciado, como si las emisiones del Teruel y León, frente a las de China, es un suponer, fueran las responsables de la reducción de la capa de ozono del planeta. En medio, a esos 4.000 turolenses que viven de la térmica, que les den. ¡Cómo no van a crecer los populismos si en aras de tantos nuevos dioses se deja a tanta gente sin recorrido!

Thomas era un gran europeísta y entendía muy bien a los perdedores de la globalización. El excelente periodista y escritor Tom Burns Marañon decía en su loa al historiador que este, hoy, nos diría que "en una Europa donde las convulsiones continuarán, cada generación ha de poner a punto las enseñanzas que recibe de la anterior para superar con decoro los retos de un nuevo tiempo".

Tecnología, dinero, ecología,… a todo sí para enriquecer nuestra civilización y dejar las cosas un poquito mejor de cómo estaban. O sea, escribir bien la página que nos toca de la siempre inacabada historia del mundo.