¿Eres de los que gritan al entrenador de sus hijos?

Si la rabia nos supera cuando pierden, si alentamos conductas contra el adversario, si criticamos al árbitro... somos los padres los que nos estamos saltando las reglas del juego.

Nuestra responsabilidad es educarles en el juego limpio y en el disfrute del deporte como algo natural, honesto y divertido.
Nuestra responsabilidad es educarles en el juego limpio y en el disfrute del deporte como algo natural, honesto y divertido.
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Las actividades deportivas escolares no son solo cosa de los hijos, también lo son, y en ocasiones en exceso, de los ‘sufridos’ padres. Y, si no, que se lo pregunten a esos cientos, miles, de progenitores esforzados que, sin rechistar, llevan a sus hijos de aquí para allá, llueva, nieve o truene, a interminables entrenamientos y a agotadores partidos, a lo largo y ancho de nuestra geografía, durante todo el curso. Pero este entorno que, en principio, bien puede parecer idílico, en ocasiones se torna complicado, por no decir abiertamente hostil. Sobre esta espinosa cuestión, la psicóloga Yolanda Cuevas Ayneto opina que “nuestra máxima responsabilidad, como padres, en sentar las bases educativas y en valores a través de esas actividades deportivas que practican nuestros hijos. Porque enseñar las técnicas deportivas es patrimonio exclusivo del entrenador, ¡que para eso se forma!”. Nuestra misión es, pues, animar a los chicos, sí, pero sin anteponer nuestros deseos y, por supuesto, sin insultar al árbitro o pretender saber más que el propio entrenador. La psicóloga Yolanda Cuevas analiza alguna de estas situaciones y nos ofrece pautas de comportamiento para afrontarlas y ayudar a nuestros hijos.

La elección, fundamental. Lo mejor es que nuestros hijos experimenten diferentes deportes hasta que ellos elijan. Si condicionamos sus gustos deportivos, les estamos restando oportunidades. Responsabilidad y compromiso. El deporte educa y transmite valores tan importantes como la responsabilidad y el compromiso: preparar la bolsa con ellos, aunque les cueste, hasta que puedan hacerlo solos; ser puntuales, asistir a los entrenamientos y encuentros -no se puede faltar porque nos surja otro plan el fin de semana-... Tenemos que ser conscientes de que hacer deporte implica esfuerzo y sacrificio de todos. Motivar, sí; presionar, no. En los desplazamientos debemos cuidar nuestras palabras. A veces, creemos que les estamos motivando, cuando, realmente, lo que hacemos es añadir presión a la que ya tienen. Que lo hagamos con buena voluntad, no implica que esté bien hecho. Esos: «Confiamos en ti», «seguro que lo harás genial», «te espero con la medalla», «eres el mejor»… son como piedras para la mochila deportiva de nuestros hijos. Así que, cuidado con lo que les decimos, ya que nuestras palabras se graban y dejan huellas emocionales que pueden conducirles a abandonar el deporte. En los desplazamientos también entrenamos a los hijos en valores, en normas, en objetivos, en resolución de conflictos… Así que no monopolicemos el tema de conversación y busquemos otros asuntos de interés, que desarrollen su capacidad crítica. Hay tiempo para todo. Tenemos que ayudarles a gestionar el tiempo; enseñarles a organizarse para que desarrollen un hábito. Hay que establecer un equilibrio entre estudios, deporte y amigos. Castigarles sin deporte solo generará emociones y sentimientos que nos separen y limiten nuestra relación. Conversaciones positivas con otros padres. Somos sus padres, no ojeadores deportivos; nadie nos va a evaluar después de los entrenamientos y encuentros. Lo mejor que podemos hacer es relajarnos, sentirnos afortunados porque nuestros hijos están rodeados de deporte, creciendo con él y con sus beneficios físicos, psicológicos y educativos. Debemos disfrutar del encuentro, entablar conversaciones positivas con otros padres, es decir, que no todo sea criticar al entrenador, porque esto... no ayuda. Ni gritos ni insultos. ¿Somos de esos padres que gritamos enfurecidos al entrenador, al árbitro o a nuestro propio hijo y les faltamos al respeto? Si lanzamos miradas de esas que bloquean, gestos que les desaniman; si la rabia nos supera cuando pierden, si alentamos ciertas conductas contra el adversario, si contradecimos y criticamos al entrenador... nos estamos saltando las reglas del juego como padres o madres. No estamos siendo coherentes con esa famosa frase que tanto nos gusta y repetimos: «Yo, lo que quiero es que mi hijo disfrute y haga deporte». Con estas actuaciones, en vez de educar, deseducamos. Así que, comencemos a controlar estas situaciones y a entrenar nuestra gestión emocional, por el bien de nuestros propios hijos, a nivel emocional y educativo. Así, evitaremos que nos pidan que no vayamos a verlos jugar o que... se avergüencen de nosotros. Juego limpio y diversión. Nuestra responsabilidad es educar a nuestros hijos en el juego limpio y en el disfrute del deporte como algo natural, honesto y divertido, que, seguramente, les ayudará a que se conviertan en mejores personas, aprendiendo a cumplir el reglamento, sin hacer trampas, respetando a todos; enseñándoles ganar y a perder, a ser humildes y a reconocer, siempre, el buen trabajo de los demás.

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