Burriel gana los premios de poesía de dos en dos

El expolítico ha sido galardonado en Ronda y en Manzanares por sendos poemarios con sentido crítico.

La voz de Adolfo Burriel se dejó oír desde la izquierda en las Cortes de Aragón; ahora, está impregnada de poesía y de belleza.
La voz de Adolfo Burriel se dejó oír desde la izquierda en las Cortes de Aragón; ahora, está impregnada de poesía y de belleza.
José Miguel Marco

"La poesía me ha acompañado desde mis tiempos de estudiante. Recuerdo que en bachillerato, en Escolapios, con 15 o 16 años, José-Carlos Mainer ganó el premio de narrativa, y yo el de poesía. Tras licenciarme en Derecho, me vinculé al grupo de Filosofía y Letras, llegué a hacer los dos cursos de comunes, y fui incluido en aquella antología ‘Generación de 1965’, que prohibió el gobernador civil. También tenía mucha relación con el Teatro de Cámara y pertenecí al grupo de Mariano Cariñena, Juan Antonio Hormigón, Eduardo González, Mariano Anós o Fernando Villacampa, entre otros", así empieza Adolfo Burriel, un hombre que está de vuelta de la política (de 1992 a 1996 fue diputado de Izquierda Unida en las Cortes de Aragón), "aunque de la política no se regresa nunca", señala, y que se ha centrado en su gran pasión: la poesía.

Su carrera empezó casi a lo grande. En 2005 fue galardonado por partida doble: obtuvo el premio Alegría de Santander con ‘Furtivos días’ y el premio Ángaro de Sevilla con ‘La ciudad nombrada’. Desde entonces no ha dejado de recibir premios. Le han premiado en 2017 por ‘Cristales rotos’, en Ronda, que presentó hace unos días en Cálamo, y por ‘Qué hace un ramo de rosas bajo el sol’, distinguido por el ayuntamiento de Manzanares (Madrid).

"Nunca dejé de escribir. En los años más intensos de la política, de vez en cuando, escribía textos, más bien divertidos. Eran como juegos. Hacía romances y coplas. Incluso cuando el gobernador socialista Ángel Luis Serrano me denunció –me responsabilizó de que en una manifestación que yo había promovido con otros apareciese una bandera favorable a ETA y me condenaron a pagar 600 euros, 100.000 pesetas de entonces–, preparé las alegaciones en verso. Pensé que aquello le haría sonreír, pero le encrespó y acabamos en el Tribunal Supremo, que me dio la razón a mí", recuerda Burriel.

Revela que en los años de abogado laboralista y de la política redactaba diversos textos, respetuosos con la tradición poética, "serios, por decirlo de alguna manera", y fueron quedando por ahí, arrumbados, olvidados. Años después los retomó, los corrigió, los reescribió, los amplió y fueron saliendo sus libros. "Quería alejarme de la política. Mis primeros textos eran más bien íntimos, están llenos de personajes, de ecos culturales, de lecturas, de músicos, de homenajes –explica–. En libros como los ya citados, y en los nuevos como ‘La memoria es el viaje’, ‘Colores desunidos’ y ‘Teatro de sombras’, están mi tiempo y mi intimidad. He vivido la poesía en solitario, al margen de grupos, como algo privado: como un diálogo y una discusión conmigo mismo", indica.

En ‘Cristales rotos’ (Diputación de Málaga) hay más cosas. "Sin duda. Ahora siento la necesidad de hablar de los ahogados que se mueren en el mar, de los cadáveres que están en las cunetas esperando que alguien los rescate, por poner un ejemplo. No dejo de hablar de lo que me compete y de mí mismo. La poesía es la última forma que tengo de encontrar cosas sobre mí y los sentimientos. La poesía me sirve para ir más allá de las realidades que se presentan como claramente visibles, y para ahondar en lo que ocultan las palabras y los hechos. Intento mirar adentro y ver todo eso, en su plenitud".

‘Qué hace un ramo de rosas bajo el sol’ (Premio Ciega de Manzanares; se publicará a lo largo del año) es un libro especial, pero "sí he intentado que sea un texto unitario, contemporáneo, más directo, con una veta lírica y social a la vez". Escribir y leer, y pensar, le dan la vida.

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