Por
  • Antón Castro

El alumno de Ramón Acín

Hay gente que vale un potosí y no hace ostentación de ello. Trabaja, sueña y contagia su entusiasmo con una envidiable alegría. Ahí está Víctor Juan Borroy, que me hace pensar en esos seres entrañables y generosos, que siempre tienen una palabra amable como el recién fallecido Alfredo Castellón (1930-2017), zaragozano hasta la médula y la memoria, enamorado del cierzo y heraldo incansable de la amistad y la bonhomía. Víctor Juan se le parece. Es, como él, un trabajador inagotable, capaz de hacerlo casi todo: criar dos yeguas, canalizar el agua para Villa Albina, cocinar diversas variedades de arroz para sus invitados y brandada de bacalao o, sencillamente, dominar los secretos de las nuevas tecnologías. Víctor Juan es pedagogo y escritor, dirige el Museo Pedagógico de Huesca y ha sido durante años coordinador de la revista ‘Rolde’, capaz de atisbar figuras en ciernes como Fico Ruiz o José Antonio Hernández Latas.

Escribe todos los días aforismos en Twitter, evoca la figura de su abuelo, glosa el magisterio de Pedro Arnal Cavero y, ya de paso, cuenta y recuenta las maravillas del colegio Joaquín Costa, aunque su verdadera devoción son los maestros. Muchos, de aquí y de allá: María Sánchez Arbós, Palmira Pla y Santiago Hernández, a los que editó, pero también Simeón Omella, Herminio Almendros, Paco Ponzán (quemado por los nazis en las afueras de París) y, por supuesto, Ramón Acín, a quien venera. Quizá sea el héroe, el modelo de su existencia. Lo ha estudiado del derecho y del revés, lo ha contado muchas veces, en la realidad y en la ficción, en el aula y en los sueños (aquí mismo, en estas páginas, en los dominios de Lucía Serrano), en su pasión por Conchita Monrás.

Y no contento, ha rescatado la melodía que sonaba en su caja de música y la ha reconstruido, con partitura y con un buen ebanista, Óscar, para varios amigos. Ahora, Víctor Juan publica dos libros espléndidos: ‘Crónicas de la vieja pizarra’ (Doce Robles), vidas de maestros, y ‘La caja de música’ (IEA), precisamente, una joya, un reportaje, el testimonio de un empeño, de puro e insondable amor por la enseñanza. No todo ha sido fácil para este empecinado, pero es corajinoso y desafiante con la sombra. Él está ahí, sensible y marmóreo, con la terquedad de los suaves, dispuesto a estremecer el mundo con el corazón en vilo, la ternura y esa humanidad que es su estandarte de la emoción.