Manuel Ramos Martos: "Las ciudades son humanas por definición"

Ha sido arquitecto municipal desde 1971 hasta su jubilación. Acaba de recibir el Diploma al Mérito en la Arquitectura de la cátedra Magdalena.

El arquitecto Manuel Ramos Martos.
El arquitecto Manuel Ramos Martos.
Guillermo Mestre

El urbanismo es complicado.

Lo es desde el punto de vista técnico y porque en las actuaciones nunca llueve a gusto de todos.

Y a usted, ¿le gusta Zaragoza?

Más que gustarme, la quiero. No puedo ser objetivo con la ciudad a la que vine con tres años y en la que he estado muy bien.

A usted se le recuerda como redactor del Plan General de Ordenación Urbana de 1986.

Es lo que ha tenido más impacto de todo lo que he hecho. Pero los éxitos, en urbanismo, siempre son colectivos. La aportación del alcalde Ramón Sainz de Varanda fue fundamental y se alcanzó un amplio consenso social.

En los últimos años, ¿se han deshumanizado las ciudades?

Las ciudades son humanas por definición, porque son el escenario de la vida. Lo que hace humana a una ciudad son sus gentes. Y se vuelve inhumana cuando se imponen en ella el ruido, el tráfico o los movimientos especulativos. Es imposible poner humanidad en mitad de la M-30.

En Zaragoza hubo una época de ‘plazas duras’.

Aquello fue una moda pero tenía detrás una filosofía: se reivindicaba el trabajo artesano. Y es que, cuando se urbaniza un espacio, los bancos y farolas suelen ser de catálogo. Y en aquellas plazas el banco era, en realidad, un sofá especial. Se tuneaban espacios públicos con diseño personalizado.

Ha hablado de especulación. Siempre está ahí, agazapada.

Es consustancial al urbanismo. El problema surge cuando los recursos para evitarla no funcionan o cuando es extrema, porque produce segregación. El que no tiene dinero se va a vivir al extrarradio. Se le veta el acceso a los equipamientos del centro de la ciudad.

¿Qué le falta a Zaragoza?

Esa pregunta no es fácil de responder... Calles un poco más generosas. Es así por razones históricas. Zaragoza tuvo que crecer sobre la matriz de lo que era la ciudad en los años 50 y las calles quedaron petrificadas en sus dimensiones. Eso plantea dificultades a la hora de peatonalizar algunas de ellas.

¿El tranvía...?

Ha influido directamente en la estructura de la ciudad. Desde el punto de vista ecológico y de limpieza no hay duda de sus bondades. Pero en su formulación actual, con los tres módulos que lleva, los polos de atracción y las aglomeraciones, a mucha gente le viene mal. Hay zonas amplias de la ciudad que antes tenían autobús y ahora no lo tienen porque se le ha dado preeminencia al tranvía.

Se llegó a pensar en el metro.

Era una solución complicada. Para que funcione necesita unas horas punta con enorme afluencia de usuarios. El tamaño de la ciudad hubiera obligado además a hacer paradas muy cercanas entre sí.

Han pasado ya casi diez años de la Expo. ¿Hubo muchos fuegos de artificio allí?

El problema es que siempre nos quedará la duda de si la situación actual se debe a que las expectativas estaban sobredimensionadas o si todo es fruto de la crisis económica. Está claro que las expectativas no se han cumplido, pero la Expo ha dejado una puerta abierta. Cuando pase la crisis, veremos. Lo mejor que tuvo es que desatascó proyectos, como el Parque del Agua o la intervención en las riberas, que de otro modo quizá no se hubieran hecho.

Ahora parece que no se llevan ya estos eventos que se usan para transformar una ciudad.

Ha cambiado el modelo. Lo que está de moda es la ciudad inteligente.

¿Puede serlo una ciudad?

Claro, pero lo que caracteriza a una ciudad inteligente no es el uso de la tecnología, como mucha gente cree, sino el funcionamiento coordinado de los líderes políticos y económicos, junto a la Universidad y los ciudadanos.

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