Bunbury se doctora como maestro coctelero y navega con éxito por el ayer y el ahora
El pabellón Príncipe Felipe se llenó hasta los topes para ver el concierto local del Ex-Tour. Los temas del último disco mezclaron bien con los clásicos revisitados.
"Los artistas de todas las épocas, desde Altamira a nuestros días, han hablado sobre el tiempo que les tocó vivir. Hay quien piensa que tocar cuestiones de índole social o política no forma parte de nuestra profesión; yo lo he hecho en algunas canciones, y seguiré haciéndolo". La parrafada de Enrique Bunbury antes de enfilar los primeros acordes de la sublime En bandeja de plata recordó a 8.000 almas en el pabellón Príncipe Felipe que la autocensura no entra en su credo; tampoco tiene genes de avestruz, aunque en Bartleby tema de Expectativas, el álbum que estrenaba en directo, y que no sonó ayer reclame su derecho a no intervenir. Son ideas compatibles.
Ayer estaba agudo, espitoso, feliz. El recital combinó el punto hedonista con el reflexivo, la energía con la calma y los clásicos (nunca fotocopiados: saxo por aquí, teclas por allá, tempo alterado, igual de coreables) con las novedades. Los bises, seis temas de propina tras un apoteósico Maldito duende que Bunbury cantó metido entre el público, desfilaron hacia la bella coda que remata La constante, y el protagonista de la noche hizo su mutis con gallardía. El público abandonó la sala con una contentura equivalente a encontrar en el aire matutino el olor de un cruasán.
Inocencia y presunción
La banda de Enrique Bunbury es un escándalo. El añadido de Santi del Campo en el saxo abre nuevas posibilidades sonoras, especialmente notorias en los temas nuevos, pero también en los arreglos de clásicos para el directo. La solidez de la base rítmica Gacías & Castellanos está sobradamente documentada, al igual que los arabescos percusivos de Quino Béjar y los trallazos de Álvaro Suite en la guitarra. Ayer, no obstante, la mención especial fue para Jordi Mena, inmenso en las seis cuerdas, y el mago Rebenaque en los teclados. En el aspecto técnico no se puede obviar al de las lucecicas, Chinas Estrada; cuando la iluminación se convierte en un instrumento más y dialoga con los versos hasta el embrujo, hay que quitarse el sombrero.
Bunbury se lo pondría (el sombrero) en los minutos extra del espectáculo. Ayer eligió indumentaria en blanco inmaculado, blanco Pacino en El precio del poder, con aspa roja en la espalda; marcó distancias con su negro habitual de las últimas giras. La intro fue Supongo, el tema que cierra Expectativas, en instrumental; después vendrían veintitrés alfilerazos a su vasto repertorio, con momentos mágicos: Cuna de Caín, El hombre delgado que no flaqueará jamás y el triplete compuesto por Mar adentro, De todo el mundo quizá la mejor canción que Bunbury ha escrito en su vida y el mentado Maldito duende.
La elección de las últimas piezas también revela un rasgo especial del aragonés; no siente la necesidad de acabar en todo lo alto, con los cortes más eléctricos. El aura de las canciones ya enciende por sí sola una mecha colectiva: El extranjero, Infinito, la fantástica montaña rusa que es Sí, Lady Blue cruda y hermosa... en fin. Lo logró. Otra vez.