Muere Ángel Alcalá, el servetiano universal

El intelectual turolense, que tenía 89 años, hizo del heterodoxo el padre de la libertad de conciencia.

Ángel Alcalá, en una imagen de 2011, en una visita a su país. Murió ayer en Nueva York.
Ángel Alcalá, en una imagen de 2011, en una visita a su país. Murió ayer en Nueva York.
Enrique Cidoncha

Ángel Alcalá, fallecido ayer de madrugada en Nueva York, su ciudad de residencia, a los 89 años, era un talento de Aragón, o aún mejor, un portento aragonés. Docente, filósofo, teólogo, historiador, escritor, novelista, músico, políglota… Tenía una biografía digna de personajes legendarios.

Nació en Andorra (Teruel) el 2 de octubre de 1928, donde su padre era farmacéutico, y pequeño terrateniente, y tuvo siete hermanas. Sufrió como pocos los horrores de la guerra en su infancia. El ‘hijo del boticario’ tuvo que ver la muerte de su abuela materna por unos jovenzanos anarquistas, la de su tío abuelo paterno (fraile mercedario), la de su padre… Tras su paso por el seminario y los estudios teológicos, fue expulsado de la carrera sacerdotal por inconforme con las ideas y usos tradicionales, lo que le supuso un cambio drástico: su paso a un nuevo espacio personal y profesional, la docencia en la Universidad de Nueva York y la consecución de una destacadísima obra ensayística.

Lo sagrado, lo heterodoxo

Además de su dedicación exhaustiva a la obra y el pensamiento de Servet, empeño de toda una vida que culmina en la edición crítica de las ‘Obras Completas’ del heterodoxo aragonés, las publicaciones de Ángel Alcalá se especializaron en trabajos sobre textos sagrados, judíos, musulmanes, conversos, sefarditas, el pensamiento cristiano, la Inquisición, la mística, las heterodoxias, las herejías, etc. Figuras a las que dedicó especial atención son Alfonso y Juan de Valdés, San Agustín, Erasmo, Vives, Calvino, Melanchton, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Santa Teresa, Ignacio de Loyola, Balmes, Arias Montano, sin olvidar a Unamuno, Ortega, Ramiro de Maeztu o Ramón J. Sender, y a figuras históricas como Cristóbal Colón o Niceto Alcalá-Zamora.

‘El Quijote’ y ‘La Celestina’ también fueron objeto de sus análisis. Su fecundidad ensayística le llevó a frecuentar, además de la teología y la filosofía, la literatura, la historia o la teoría política, en revistas de España, Alemania, Argentina, Brasil, Francia, Israel y Estados Unidos. Y no contento con ello, abordó en estos últimos años la novela histórica con ‘La infanta y el cardenal’ (sobre el infante don Luis de Borbón y Farnesio en la España del XVIII) o se dio el lujo de hacer una antología de poemas dedicados a la música en la literatura europea. Tenía en preparación ‘Don Quijote como actor. Para una lectura radical e innovadora’ y ‘Veinte mujeres, veinte siglos’.

Su admiración hacia Servet granó cuando en Madrid convenció al director de la Fundación Universitaria Española, Pedro Sainz Rodríguez, para programar una serie de monografías que contrastaran el erudito pero partidista trato dado a los heterodoxos por Menéndez Pelayo; Alcalá se encargaría del sabio y teólogo aragonés. Luego Jesús Aguirre, aún no duque de Alba, le pidió traducir y poner al día para Taurus (1973) la exacta biografía ‘Servet, el hereje perseguido’, de su viejo amigo y profesor de Yale Roland Bainton, y con una beca de la March dedicó un año sabático a preparar la primera traducción, ayudado por Luis Betés, y los estudios y centenares de notas que la acompañan, de la genial ‘Restitución del cristianismo’ (FUE, 1980) y otras obras servetianas. Los siete volúmenes de sus ‘Obras completas’ no empezarían a aparecer, con apoyos de las autoridades políticas y universitarias zaragozanas, hasta 2003, con motivo de los 450 años de su asesinato en Ginebra a instancias de Calvino. Incluso pergeñó un libreto para una ópera servetiana, para la Expo de 2008, aún no estrenada. Para Alcalá, a Servet se debe la más eficaz paternidad del derecho a la libertad de conciencia, a través de una notable cadena de rebeldes que, pasando por Castellio, Sozzini, Spinoza o Voltaire, llega hasta Jefferson y las constituciones modernas.

Enraizado en Aragón

Instalado en Nueva York, Alcalá permaneció siempre enraizado en Aragón, tanto sentimental como culturalmente. Decía que "hay valores culturales nuestros que si no son aceptados por universales, como ya lo es, por ejemplo, Goya, se debe a nuestra desidia". Echó la mirada sobre grandes figuras como Fernando el Católico, Gracián, Molinos, Ramón y Cajal, Sender…

A sus casi 90 años, decía Alcalá que el escepticismo propio de la vejez teñía de nostalgia el camino recorrido, mas no le permitía cegar al ánimo la disposición para nuevos proyectos. "Goya nos enseñó a seguir buscando, con aquel ‘Aún aprendo’ de uno de sus últimos dibujos".

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